Una montaña es una montaña (2012) Everlasting Records El tercer álbum arranca a lo bestia, como el Barcelona teniendo que remontar un tres a cero. Como su directo, o casi. Porque los discos no consiguen hacer justicia a lo que Los Punsetes se han convertido con los años sobre el escenario. Aquí el productor fue Pablo Díaz-Reixa (que repetirá ya con los posteriores) y parece que su objetivo estaba ahí, en mostrar la cara más virulenta de la banda.
En Una montaña es una montaña hay poco respiro, hasta las canciones más pop del disco, como Los tecnócratas o Tus amigos, tienen su mala baba lírica e instrumental, y deja exhausto con su escucha. Cuando las guitarras dejan de sonar en John Cage (el tema que lo cierra) han pasado varios aviones por encima de nuestras cabezas y nos han reventado oídos y empujado contra la pared por la fuerza de atracción que despliegan al despegar. El silencio posterior es como un proceso de descompresión, de vuelta al mundo real.
En su contra, si acaso, cierta reiteración en los trucos usados para epatar en las letras. El que le den por culo a tus amigos se convierte aquí en esos amigos que todo lo joden, a los tecnócratas los imagino colándose anteriormente entre la gente que mira los accidentes o diseñando camisetas de moda, y la enumeración de actos infames de Alférez provisional parece ya marca de la casa (y se repetirá en el próximo con Me gusta que me pegues). Pero lo cierto es que la fórmula, aquí quizá con menor impacto, sigue funcionando.
Con el tiempo, y sin la euforio del momento, comprobamos que este vuelve a ser un paso sólido en la carrera de una banda que ya no se defiende solo por haberse convertido en uno de los puntales al relevo generacional que solicitaba a gritos el indie de los noventas, sino que justifica a aquellos que le dieron su apoyo desde el principio. Los Punsetes son a esta década como esos nombres que todos tenemos en la cabeza lo fueron a las anteriores. El camino ya está hecho y bien definido. Manolo Domínguez
LPIV (2014) Canada Si de repente, por cualquier cosa de la vida, no hubiera conocido a Los Punsetes hasta la publicación de IV en 2014, el proceso hubiera sido el mismo que cuando los conocí en 2008 con su primer disco. No sé si incluso más, ya que con los años, este se ha convertido en mi disco favorito del grupo. Un disco, que sin cambiar los parámetros dentro de los que se mueve el grupo, suena a nuevo comienzo, a empezar de nuevo cuando todo está bien y no es necesario. Suena a que un chico/hombre - chica/mujer lo descubra y sienta tal empatía que necesite salir a la calle a gritarlo a los cuatro vientos como si no hubieran pasados los años y la vergüenza no apareciese a la vuelta de la esquina. Suena a eso tan embarazoso como el paso del tiempo sin que te des cuenta. A guantazo de realidad en toda la cara. A arañazos de realidad.
Y es curioso que hablemos que suena a todo eso, porque si hay algo que lastra LPIV es, precisamente, el sonido del disco. Una producción que no parece encontrar el punto óptimo en la voz de Ariadna, que de pronto parece ir en un camino paralelo a la instrumentación. Eso en las mejores veces, que incluso, en ocasiones parece sobreponerse a sección rítmica. Un tratamiento que, por increíble que parezca, no consigue expulsarme del disco. Aquí se encuentran varias de las mejores canciones de la discografía de Los Punseetes, y eso es más grande que la vida.
Con unas letras más inspiradas de lo normal, si es que eso es posible, las canciones e historias se van sucediendo sin descanso alguno, y con el pie en el acelerador desde el inicio con Amanece más temprano a Nit de l'Albà, el salvaje final. Una apisonadora (una imagen trillada, pero idónea en este caso) apabullante, la mecha a cámara lenta en los momentos previos a la combustión. Javier Ruiz
En Una montaña es una montaña hay poco respiro, hasta las canciones más pop del disco, como Los tecnócratas o Tus amigos, tienen su mala baba lírica e instrumental, y deja exhausto con su escucha. Cuando las guitarras dejan de sonar en John Cage (el tema que lo cierra) han pasado varios aviones por encima de nuestras cabezas y nos han reventado oídos y empujado contra la pared por la fuerza de atracción que despliegan al despegar. El silencio posterior es como un proceso de descompresión, de vuelta al mundo real.
En su contra, si acaso, cierta reiteración en los trucos usados para epatar en las letras. El que le den por culo a tus amigos se convierte aquí en esos amigos que todo lo joden, a los tecnócratas los imagino colándose anteriormente entre la gente que mira los accidentes o diseñando camisetas de moda, y la enumeración de actos infames de Alférez provisional parece ya marca de la casa (y se repetirá en el próximo con Me gusta que me pegues). Pero lo cierto es que la fórmula, aquí quizá con menor impacto, sigue funcionando.
Con el tiempo, y sin la euforio del momento, comprobamos que este vuelve a ser un paso sólido en la carrera de una banda que ya no se defiende solo por haberse convertido en uno de los puntales al relevo generacional que solicitaba a gritos el indie de los noventas, sino que justifica a aquellos que le dieron su apoyo desde el principio. Los Punsetes son a esta década como esos nombres que todos tenemos en la cabeza lo fueron a las anteriores. El camino ya está hecho y bien definido. Manolo Domínguez
LPIV (2014) Canada Si de repente, por cualquier cosa de la vida, no hubiera conocido a Los Punsetes hasta la publicación de IV en 2014, el proceso hubiera sido el mismo que cuando los conocí en 2008 con su primer disco. No sé si incluso más, ya que con los años, este se ha convertido en mi disco favorito del grupo. Un disco, que sin cambiar los parámetros dentro de los que se mueve el grupo, suena a nuevo comienzo, a empezar de nuevo cuando todo está bien y no es necesario. Suena a que un chico/hombre - chica/mujer lo descubra y sienta tal empatía que necesite salir a la calle a gritarlo a los cuatro vientos como si no hubieran pasados los años y la vergüenza no apareciese a la vuelta de la esquina. Suena a eso tan embarazoso como el paso del tiempo sin que te des cuenta. A guantazo de realidad en toda la cara. A arañazos de realidad.
Y es curioso que hablemos que suena a todo eso, porque si hay algo que lastra LPIV es, precisamente, el sonido del disco. Una producción que no parece encontrar el punto óptimo en la voz de Ariadna, que de pronto parece ir en un camino paralelo a la instrumentación. Eso en las mejores veces, que incluso, en ocasiones parece sobreponerse a sección rítmica. Un tratamiento que, por increíble que parezca, no consigue expulsarme del disco. Aquí se encuentran varias de las mejores canciones de la discografía de Los Punseetes, y eso es más grande que la vida.
Con unas letras más inspiradas de lo normal, si es que eso es posible, las canciones e historias se van sucediendo sin descanso alguno, y con el pie en el acelerador desde el inicio con Amanece más temprano a Nit de l'Albà, el salvaje final. Una apisonadora (una imagen trillada, pero idónea en este caso) apabullante, la mecha a cámara lenta en los momentos previos a la combustión. Javier Ruiz
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