Flamaradas al Prat es un proyecto artístico de revisión y reivindicación de la idea de pertenencia a un lugar. Una obra que parte de los relatos de vecinos de la localidad y se plasma en un EP de cuatro canciones compuestas por el grupo e inspiradas en esas historias. Daniel se citó con ellos y cada uno le contó una anécdota o recuerdo de la ciudad que les vio crecer. Curiosamente, cuenta el líder de Flamaradas, todos le hablaron de lugares o cosas que ya no existen. Como el Camping Cala Go Go, la ballena que apareció un día varada en la playa o el campo Richard.
Del primero hay vídeos de los años ochenta en youtube y postales en todocolección. Imágenes que perpetúan el recuerdo como ahora lo hace la canción de Flamaradas. Del segundo queda el olor tan peculiar de la zona, o al menos eso dice la canción, y del tercero nos encontramos al buscar una foto de un avión sobrevolando un descampado en el que pastan unos caballos. Seguramente aquello sea ahora una urbanización como lo es el campo de fútbol de La Oliva y sus aledaños, adonde íbamos a jugar y a cazar zapateros de niños. Y a escondernos bajo los matojos que nos llegaban por encima de la cintura en esos pequeños reductos sin urbanizar que hoy han desaparecido de las ciudades y en los que, como magníficamente relata Daniel, uno podía sentirse libre por un rato.
De todo esto, de todo lo que se ha perdido en las ciudades, terminan hablando estas cuatro canciones que nacían con otra intención, la de retratar una ciudad que ha crecido a remolque de un aeropuerto que comunica la ciudad de Barcelona con el resto del mundo. Y lo hace con una belleza que te obliga a sentir el vértigo de comprobar de golpe y porrazo cómo el tiempo ha transformado tu entorno y lo ha convertido en algo tan diferente que casi no lo reconoces hasta que alguien te habla de espigas que se clavan en jerseys de cuello vuelto, de fogatas en la noche, de tardes fumando cigarrillos, de campings en los que la noche se llenaba de estrellas y los días de partidas al futbolín y baños en la piscina y del olor de una ciudad que, llevado a mi propio recuerdo, se para en las veces que nos acercábamos al barrio donde se situaba la fábrica de Tres Sietes y donde a mí me hacía tan molesto respirar lejía. Recuerdos que no hacen otra cosa que contar días que se han clavado en la espalda y que ya no son más que postales; postales de un Prat diferente, de una Sevilla diferente y de una vida distinta. Recuerdos que escuchados en la voz de Daniel se revuelven en el estómago como si me atreviera a dedicar una tarde a revisar las viejas diapositivas de mi padre. Como algo a lo que aún no estoy preparado. Manolo Domínguez
Escucha Flamaradas al Prat y lee sobre el proyecto aquí.
Del primero hay vídeos de los años ochenta en youtube y postales en todocolección. Imágenes que perpetúan el recuerdo como ahora lo hace la canción de Flamaradas. Del segundo queda el olor tan peculiar de la zona, o al menos eso dice la canción, y del tercero nos encontramos al buscar una foto de un avión sobrevolando un descampado en el que pastan unos caballos. Seguramente aquello sea ahora una urbanización como lo es el campo de fútbol de La Oliva y sus aledaños, adonde íbamos a jugar y a cazar zapateros de niños. Y a escondernos bajo los matojos que nos llegaban por encima de la cintura en esos pequeños reductos sin urbanizar que hoy han desaparecido de las ciudades y en los que, como magníficamente relata Daniel, uno podía sentirse libre por un rato.
De todo esto, de todo lo que se ha perdido en las ciudades, terminan hablando estas cuatro canciones que nacían con otra intención, la de retratar una ciudad que ha crecido a remolque de un aeropuerto que comunica la ciudad de Barcelona con el resto del mundo. Y lo hace con una belleza que te obliga a sentir el vértigo de comprobar de golpe y porrazo cómo el tiempo ha transformado tu entorno y lo ha convertido en algo tan diferente que casi no lo reconoces hasta que alguien te habla de espigas que se clavan en jerseys de cuello vuelto, de fogatas en la noche, de tardes fumando cigarrillos, de campings en los que la noche se llenaba de estrellas y los días de partidas al futbolín y baños en la piscina y del olor de una ciudad que, llevado a mi propio recuerdo, se para en las veces que nos acercábamos al barrio donde se situaba la fábrica de Tres Sietes y donde a mí me hacía tan molesto respirar lejía. Recuerdos que no hacen otra cosa que contar días que se han clavado en la espalda y que ya no son más que postales; postales de un Prat diferente, de una Sevilla diferente y de una vida distinta. Recuerdos que escuchados en la voz de Daniel se revuelven en el estómago como si me atreviera a dedicar una tarde a revisar las viejas diapositivas de mi padre. Como algo a lo que aún no estoy preparado. Manolo Domínguez
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