
Daddy provenía, como buena parte de los primeros artistas del género, del Hip-Hop y el Raggamuffin, y eso en Barrio fino se nota. Y también sobrevuela por sus canciones la salsa, otra de las influencias claras del cantante, pero de la que no recoge la conciencia social de totems como Rubén Blades o Juan Luis Guerra, sino más bien sus aspectos puramente formales o musicales. Por ello esa radiografía que en sus letras se hace de Puerto Rico, de sus diferencias de clase y de la vida en sus barrios, proviene más del intento de retratar imágenes más o menos autobiográficas que de generar una real denuncia al respecto. Por ejemplo, en la intro de Barrio fino ya se aclara de dónde proviene el rapero, y en King Daddy se apunta hasta dónde va a llegar. Desde abajo hasta lo más alto. Y en el resto del álbum se habla de fiesta, de sexo, de bailar y de follar (o no, eso solo se sobreentiende). Más o menos de todo aquello a lo que alguien que ha nacido en el Guetto puede aspirar, si no te meten antes un tiro en una reyerta (esto no lo insinúo, se dibuja en Talento de barrio, la película que protagonizó en 2005 aprovechando el éxito alcanzado).
Y musicalmente estamos ante una bomba que invita, obliga, al baile y al perreo (si nosotros supiéramos de eso), donde el éxito masivo aún no había dulcificado su sonido hacia el electro-latino y permite que las 21 canciones del cd suenen violentas y directas, con ritmos cortados a machete y fraseos escupidos a la cara; con orgullo de barrio, muchas ganas de dejarlo y horas y horas de discoteca mientras tanto. Un disco sin las coartadas intelectuales de Calle 13 o Tego Calderón pero mucha más inmediatez. Como si el camino más corto pasara por la Old-School y las formalidades de maestros del discurso sonoro como Public Enemy, Run DMC o Rage Agaisnt the Machine, pero la meta no estuviera en las calles sino en las pistas de baile.
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