martes, 10 de enero de 2017

discos que me levantan dos palmos del suelo: barrio fino, daddy yankee (2004)

Tú quieres ser como yo ahora, pero Lebron James nunca será como Jordan. Así se definía Daddy Yankee en 2004, en la letra de King Daddy, uno de los temas más potentes de Barrio fino donde da el puñetazo sobre la mesa en el momento justo. Porque el tercer álbum del portorriqueño fue en el que saltó definitivamente al éxito mundial y el que le consagró como líder absoluto de un género, el reguetón, que estaba buscando su disco definitivo.

Daddy provenía, como buena parte de los primeros artistas del género, del Hip-Hop y el Raggamuffin, y eso en Barrio fino se nota. Y también sobrevuela por sus canciones la salsa, otra de las influencias claras del cantante, pero de la que no recoge la conciencia social de totems como Rubén Blades o Juan Luis Guerra, sino más bien sus aspectos puramente formales o musicales. Por ello esa radiografía que en sus letras se hace de Puerto Rico, de sus diferencias de clase y de la vida en sus barrios, proviene más del intento de retratar imágenes más o menos autobiográficas que de generar una real denuncia al respecto. Por ejemplo, en la intro de Barrio fino ya se aclara de dónde proviene el rapero, y en King Daddy se apunta hasta dónde va a llegar. Desde abajo hasta lo más alto. Y en el resto del álbum se habla de fiesta, de sexo, de bailar y de follar (o no, eso solo se sobreentiende). Más o menos de todo aquello a lo que alguien que ha nacido en el Guetto puede aspirar, si no te meten antes un tiro en una reyerta (esto no lo insinúo, se dibuja en Talento de barrio, la película que protagonizó en 2005 aprovechando el éxito alcanzado).

Y musicalmente estamos ante una bomba que invita, obliga, al baile y al perreo (si nosotros supiéramos de eso), donde el éxito masivo aún no había dulcificado su sonido hacia el electro-latino y permite que las 21 canciones del cd suenen violentas y directas, con ritmos cortados a machete y fraseos escupidos a la cara; con orgullo de barrio, muchas ganas de dejarlo y horas y horas de discoteca mientras tanto. Un disco sin las coartadas intelectuales de Calle 13 o Tego Calderón pero mucha más inmediatez. Como si el camino más corto pasara por la Old-School y las formalidades de maestros del discurso sonoro como Public Enemy, Run DMC o Rage Agaisnt the Machine, pero la meta no estuviera en las calles sino en las pistas de baile.

¿Y qué es lo que finalmente hace de Barrio fino un disco tan incontestable? Aparte de un hit como Gasolina, una de las canciones más importantes que nos ha dejado lo que llevamos de siglo, y la producción hiperagresiva de Luny Tunes o Fido, es la fuerza que desprende desde que empieza a sonar King Daddy y que no baja jamás el listón, con los puntos álgidos de Lo que pasó pasó, Santifica tus escapularios, No me dejes solo (con la colaboración de otros maestros del reguetón como Wisin & Yandel), Corazones, Golpe de estado, Sabor a melao o Dos mujeres, por poner solo algunos ejemplos de un álbum tan excesivo como necesario, que cada vez que suena en casa me hace sentir lo que no soy. Manolo Domínguez

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