viernes, 11 de noviembre de 2016

las canciones tristes de leonard cohen

No puedo decir que haya sentido pena por la muerte de Leonard Cohen. No tengo esa capacidad para hacer mío el sufrimiento ajeno, por mucho que su música haya acompañado gran parte de mi vida. Menos aún por alguien que ya ha completado su camino y era consciente de ello. Alguien que anunciaba el fin de ese periplo no solo en las palabras de You want it darker, sino también en la carta de despedida de su amiga Marianne Ihlen, en la que le decía (a ella o a todos nosotros) que si estiraba la mano podría tocar la de Leonard. No, no hay que sentir pena por quien no ha dejado nada pendiente y ha asimilado aparentemente con tanta naturalidad que se encontraba ante sus últimos versos. Pero sí que necesito dar las gracias a alguien que me enseñó que si con las canciones alegres hay que divertirse, con las tristes es necesario derrumbarse. Y con esa lección, que venía atada a las notas de Famous blue raincoat, aprendí a sentir mucha más cercanía a la aflicción que al hedonismo y la fiesta. Leonard Cohen fue el primero de una lista de artistas que llevan décadas jodiéndome la vida. Artistas que, como Bill Callahan o Nacho Vegas, hacen que olvide que la vida son dos días y que hay que disfrutarla.


El dibujo de Federico Granell es su homenaje al artista que aparece hoy en su instagram.

Este fin de semana vamos a Madrid para llevar a Mateo a ver un espectáculo de la WWE. El teatro de la diversión. Allí formaremos parte de un colectivo entregado al disfrute de la banalidad y gritaremos como el que más las consignas correspondientes a cada luchador que se suba al ring. Mateo me irá indicando cuáles son en cada caso y yo las imitaré como el payaso que trata de transmitir felicidad. Él se emocionará y se levantará de la silla y yo entenderé que la vida es eso y que estos momentos son lo que realmente importan. Pero luego volveremos al piso y cuando todos se acuesten cogeré el ipod y me pondré las canciones de Songs of Leonard Cohen como acto íntimo eucarístico de quien no sabe rezar pero siente que está en uno de esos momentos en los que debería saber hacerlo. Y me preguntaré por qué tengo esa estúpida manía de complicarme siempre la vida, no aprender a ser completamente feliz, y terminar entregándome a mis miedos y frustraciones en vez de centrarme en algo tan básico como disfrutar de la alegría de quienes tengo alrededor. Lo haré con absoluta resignación y asumiendo mi incapacidad para no desmoronarme ante cualquier contratiempo incluso en las situaciones aparentemente más positivas. Y, obviamente, lo haré echándole la culpa de todo al día en que escuché por primera vez la música de Leonard Cohen, como epifanía de quien descubre que nunca va a ser completamente feliz en su vida. Manolo Domínguez

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