lunes, 7 de noviembre de 2016

kate tempest, let them eat chaos (2016)

En el canal de noticias 24h aparece un estudio que dice que 1 de cada 5 españoles necesita medicamentos para dormir. Son casi las tres de la madrugada y tengo la televisión encendida con el único objetivo de que la monótona voz de la presentadora obre el milagro de hacer que el sueño se apodere de mí. Ahora mismo se ven imágenes de inmigrantes que fracasan en su intento de cruzar el Mediterráneo, víctimas de una situación que les ha venido dada y de la que intentan escapar contra todo, contra sus propios medios, la climatología y los gobiernos, propios y europeos, que hacen lo imposible por no permitirles una nueva oportunidad en la vida. Pero yo solo pienso en dormirme antes de que suene el despertador que cada mañana me recuerda que a las siete debo de estar en la parada del autobús camino del trabajo. Ellos quieren una vida nueva y yo que no se desmorone la que tengo. La semana pasada me llegó un correo del comité de empresa en el que comentaban que habían despedido a tres nuevos compañeros. No me sonaba el nombre de ninguno de ellos, lo cual es normal dado que somos casi dos mil empleados. Hace poco éramos tres mil.

Mientras el reloj sigue avanzando minutos y yo me levanto a por un vaso de agua, empiezo a sentirme como uno de los siete protagonistas del disco de Kate Tempest, que están despiertos una misma noche a las 4:18 de la mañana en sus casas de la misma calle de un barrio cualquiera de Londres. Protagonistas que la poeta utiliza para retratar el actual falso estado del bienestar de la forma más brillante que he leído en mucho tiempo. Efectos colaterales de un sistema que se resquebraja internamente de la misma forma que oprime a quienes no pertenecen a él. Y yo, como Esther, como Gemma, como Bradley, como Pius, no entiendo cómo, sintiéndome privilegiado por el status alcanzado, que al menos me permite pagar la hipoteca, los estudios del niño, algún capricho esporádico y llegar a fin de mes, no logro conciliar el sueño. Tal vez por el miedo a perder lo poco logrado, tal vez por no saber en qué va a derivar todo esto, tal vez por dramas de andar por casa de los que alguien con problemas de verdad se reiría. Lo cierto es que estoy a punto de ver cómo voy a pasar otra noche en blanco y mañana, delante del ordenador en la oficina, ni el café ni las latas de cola zero lograrán mantener mi atención sobre lo que, en teoría, debería estar haciendo. Y me pondré los auriculares mientras suena Let them eat chaos para que el fraseo de Kate Tempest me mantenga alerta, atento a sus trece cortes de hip-hop heterodoxo, más cercano a un sonido old-school o a géneros adyacentes que a la línea dominante actual, que cuenta mucho más que los últimos cincuenta discos de hip-hop que he escuchado en los últimos años.

Pero igual hago trampas al comparar a Kate Tempest con el resto de artistas del mundo musical. Porque ella es mucho más. Es una escritora, directora de teatro y agitadora de conciencias. Una persona que utiliza las reglas para adaptarlas a su discurso y no al revés, que tiene mucho más que decir que el 90% del hip-hop actual porque lo que en otros es el fondo y lo es todo, en ella son solo formas, las que ha vivido desde pequeña, y eso la coloca en un escalafón, si no superior, al menos sí diferente. Pero incluso obviando esto, Let then eat chaos, es un disco sorprendente, con una fuerza increíble y capaz de sacar al género de su encasillamiento actual para pervertirlo, transfigurarlo y convertirlo en algo más flexible y más novedoso. Un álbum que dispara en muchas direcciones y acierta en todas. Uno de los más sorprendentes de este 2016 que se acerca a su fin con una nueva gran sorpresa, la de esta escritora que dispara con mucho más acierto que todos esos raperos hinchados de ego. Manolo Domínguez.

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