Hace algún tiempo, un amigo me contó que una noche, recién acostado, le sucedió algo extraño.
Ya dormido (o eso parecía), de repente se despertó y notó algo a su derecha, algo (por decirlo así) como una presencia. Él contaba que no sabe si fue una alucinación o algo producido por ese estado al que se llega en las diferentes fases del sueño.
Esta última parte fue la que más me impactó. Esos momentos del camino a no sé dónde y todo lo que puede pasar en él. Las canciones de Miquel Cañellas parece que viven entre esos momentos, bien de noche, listas para aparecerse en tu habitación.
Por esto, y porque nuestra salud emocional no está para muchos sobresaltos, las canciones de Sant Miquel las disfrutamos en pequeñas dosis, en pequeñas tandas de pocos minutos. Su cancionero es breve, conciso, con pocas referencias (quizás al folclore más sombrío y arraigaido, quizás a Paco Ibañez o García Lorca) y sus resultados abrumadores. Me resulta imposible salir intacto de cada una de las escuchas de esta obra que actúa en mí como un espejo en el que me veo reflejado y me devuelve a un yo totalmente diferente. Así de profundo es el impacto de la guitarra y la voz de Miquel Cañellas (con contundentes arreglos allá donde es necesario; las percusiones de Sacrificio o Castillo hielan la sangre). Javier Ruiz
Ya dormido (o eso parecía), de repente se despertó y notó algo a su derecha, algo (por decirlo así) como una presencia. Él contaba que no sabe si fue una alucinación o algo producido por ese estado al que se llega en las diferentes fases del sueño.
Esta última parte fue la que más me impactó. Esos momentos del camino a no sé dónde y todo lo que puede pasar en él. Las canciones de Miquel Cañellas parece que viven entre esos momentos, bien de noche, listas para aparecerse en tu habitación.
Por esto, y porque nuestra salud emocional no está para muchos sobresaltos, las canciones de Sant Miquel las disfrutamos en pequeñas dosis, en pequeñas tandas de pocos minutos. Su cancionero es breve, conciso, con pocas referencias (quizás al folclore más sombrío y arraigaido, quizás a Paco Ibañez o García Lorca) y sus resultados abrumadores. Me resulta imposible salir intacto de cada una de las escuchas de esta obra que actúa en mí como un espejo en el que me veo reflejado y me devuelve a un yo totalmente diferente. Así de profundo es el impacto de la guitarra y la voz de Miquel Cañellas (con contundentes arreglos allá donde es necesario; las percusiones de Sacrificio o Castillo hielan la sangre). Javier Ruiz
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