miércoles, 26 de julio de 2017

la lista de julio: nuestros discos favoritos del indie español (1991-1998) 2 de 3

15 Sr. Chinarro, Compito (1995) 
Caótico y desordenado, como una habitación llena de discos fuera de sus fundas, cintas sin títulos, libros abiertos y revistas deshojadas. Como la habitación de alguien con la vida descentrada, como el caos de quien sabe que tiene más aptitud que actitud. Compito no es el disco más representativo de Sr. Chinarro pero sí el más particular. Absolutamente a la deriva, las canciones del álbum se sostienen gracias a la inspiración de Antonio Luque al componerlas y a la alocada producción que las llena de arreglos imposibles y las viste de fiesta. Compito es el disco que tiene la que podría ser la mejor canción de la discografía Chinarra, Sal de la tarta. Pero también relucen Tres pianos, la cofrade En el arroyo del Belén, la acelerada Papá Matemáticas o el regalo oculto de Su mapamundi, gracias en esta obra tan particular como inspirada.

14 Manta Ray, Pequeñas puertas que se abren y pequeñas puertas que se cierran (1998)
Aún recuerdo el momento exacto de 1998 en el que escuché por primera vez el segundo disco de Manta Ray: era de noche, y sentí como toda la belleza, incertidumbre y rabia del mundo caía sobre mí. Sobre mí y sobre mis confusos veinte años. Un disco exigente y complejo, que cambió el rumbo del grupo en lo que era solo su segundo disco.


13 Paperhouse, Adiós (1995)
Adiós llegó de golpe. Los EPs previos de Paperhouse no presagiaban la tormenta helada que llegó en 1995. El álbum, que arranca como si se tratara de una extensión de Spiderland, ralentiza el alma y los corazones como solo las mejores obras de slowcore (las de Slint o Codeine) lo lograban. Pero pronto, con Gato de pandora, o más adelante en Capitan soledad, se decantan por un pop tristón que encaja a la perfección en el sello Acuarela, muy cerca de los discos de Chinarro (suponemos que aquí el que también contasen con la producción de Kramer debió influir) y bien arropados por la figura del Pequeño Lord. Después, en Oeste congelaban las bandas sonoras de Morricone y en Ali Babá llevaban a su terreno los arreglos de Belmonte en los discos de Luque (¿o incluso fue al revés?).

Paperhouse desaparecieron tras este Adiós, cuyo titulo con despedida nunca supe si fue casual o algo premeditado, y años, muchos años después, llegó el trabajo en solitario de Nacho Umbert, que tiró por derroteros más folk pero no menos interesantes.

12 La Buena Vida, Soidemersol (1997)
Una de las primeras cosas que me vienen a la cabeza cuando pienso en el verano es este disco de imágenes evocadoras y espacios abiertos. Uno de los puntos álgidos de todo esto que estamos hablando, la excelencia de un grupo en estado de propagación.
Después de dos discos de intenciones menores, con Soidemersol La Buena Vida llegaron a alcanzar lo que pocos en esos momentos ni siquiera soñaban: toda una orquesta al servicio de unas canciones clásicas y expansivas. Una hazaña casi histórica dentro del contexto.



11 Nosoträsh, Nadie hablará de nosoträsh (1997) 
Nosoträsh habían ganado el consurso de maquetas de Rockdelux y habían hecho de la urgencia pop su carta de presentación. Tenían canciones, un EP con Astro Discos y un hit mayúsculo (Voy a aterrizar). Eran el must del momento, pero había que confirmar que todas esas esperanzas no eran humo. Y justo entonces llega Nadie hablará de Nosoträsh, un álbum al que se le criticó una producción demasiado mainstream (que vista desde la distancia nos parece de lo más correcta), pero que llegó cargado de aciertos. Muñecas, Sintasol, Punk Rock City, la enésima revisión del Voy a aterrizar, las versiones en castellano y asturianu de En ningún lugar... Solo Barras y estrellas me chirría en un disco que estuvo cerca de ser perfecto. Tan difícil de superar y, sin embargo, posteriormente batido por ese Popemas que llegó en la década siguiente. El principio de algo (el tontipop) que quedó denostado ya desde su etiqueta, pero que dio algunos de los mayores hits de los últimos 20 años del pop nacional.

10 Le Mans, Saudade (1995)
La portada de Saudade es como la cajita que aparece en el opening de To Kill a Mockingbird, una colección de recuerdos que bañan de nostalgia el disco más triste de la historia del Donosti sound y, probablemente, de casi todo el pop nacional. En sus 9 canciones hay una sensación de abandono absoluto. Sus letras están cargadas de desesperanza y hastío, e instrumentalmente el minimalismo nos lleva hacia la derrota. Aquí la ironía solo nos conduce a tirar la toalla. Todo es gris o negro. Y, solo al final, en Orlando, parece que se deja un resquicio a algo parecido a la ilusión. Solo al final, nos queda la posibilidad de que todo pueda revertirse. Al final, la ilusión por el amor que en realidad solo parece estar en la imaginación.

9 Surfin' Bichos, El fotógrafo del cielo (1991)
Hermanos carnales es el disco insignia de Surfin' Bichos pero el contacto con El fotógrafo del cielo puede ser tanto o incluso más traumático. El binomio dolor/ternura del sonido de los albaceteños aparece aquí más evidente que nunca. Escocido son las uñas de una pantera en la espalda, En qué clase de animal es hurgar en la llaga y Siete veces gato es incómoda y sucia. Y después Un alud de septiembre, Rifle de repetición o Mi refugio son condescendientes al amor con la crudeza de la misma vida.

Surfin' Bichos no solo no tuvieron un solo disco malo, sino que además lograron más de una obra maestra. Esta, una de ellas.

8 El niño gusano, El efecto lupa (1996) 
Una absurda e innecesaria competición entre los dos últimos discos de El Niño Gusano quedaría totalmente desierta y en tablas. Sería imposible competir porque los dos participantes cuentan con tanta fuerza y posibilidades que solo ponerse frente a frente el mundo implosionaría. Como elegir entre papá y mamá. Como elegir entre Revolver y Sgt. Pepper's.

7 Surfin' Bichos, Hermanos carnales (1992)
Hermanos carnales, el disco que debió ser doble, quedó en sencillo y convirtió en inmortales a Surfin' Bichos. De él ya lo contamos todo en el especial que hicimos del grupo hace poco, y solo nos queda meditar qué hubiera ocurrido si esa edición 25 aniversario que ahora se encuentra en tiendas hubiese sido la original. Probablemente el impacto hubiese sido el mismo, igual nada hubiese cambiado, pero lo cierto es que con ese álbum mutilado ya tocaron el cielo y se hundieron en el infierno. Y nosotros asistimos a ello como si nos encontrásemos en un circo de principios del siglo xx a dos hermanos siameses en los el foco solo iluminaba una de las caras, la cara del dolor por esa vida cautiva de sí mismo.

6 Sr. Chinarro, El por qué de mis peinados (1997)
He escuchado este disco mil millones de veces, la mayoría de ellas yendo por las calles de Sevilla de un sitio a otro. Con el cd en el discman y mis fantasmas a la espalda. Creo que incluso he llorado mientras sonaba. Me he encerrado en el cuarto y solo me he puesto Red Apple falls y El por qué una y otra vez.

Para mí las canciones del disco de mis despeinados forman la banda sonora de mis problemas con la sociedad, la constatación de no encajar en mi entorno y el rechazo a asumir la entrada en la vida adulta. No es un disco alegre, es el reflejo de un yo contra el mundo que se alargó durante bastante tiempo. Y aún así le amo como solo se ama a quien te dice siempre la verdad. Es tan parte de mí que incluso siento que solo yo lo comprendo de verdad. Ni Luque siquiera. Él menos que nadie.

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