jueves, 17 de septiembre de 2015

un repaso personal a la historia del pop sevillano (3): el rock de las tres mil por manolo domínguez

Veneno, Veneno (cbs) 1977
Pata Negra, Rock gitano (mercury) 1983
Kiko Veneno, Échate un cantecito (rca) 1992

Nacer a 500 metros de las tres mil viviendas no te asegura tener duende. Ni tan siquiera saberlo reconocer. Nacer a 500 metros de las tres mil viviendas solo te enseña a anestesiarte frente a ciertas situaciones: Ver normal que haya dos yonkis fumando plata en tu portal cuando vas a entrar a casa, comprobar que la cabina de teléfono está siempre ocupada por algún poliadicto y acostumbrarte al trasiego de compradores, de ida camino del centro para reunir el dinero suficiente y de vuelta después a recoger su dosis diaria. Tampoco te ayuda a conocer mejor el hervidero cultural que Kiko Veneno sí encontró entre fogatas y que Ricardo Pachón después plasmó en algunos de los discos más importantes de la música española del siglo XX. Al menos a mí, que todo esto me llegó a través de la radio y la prensa escrita. Lo tenía a 5 minutos andando de casa y me lo tuvieron que mostrar desde fuera.



El primer recuerdo que tengo de Kiko Veneno es una canción a dúo con Martirio que hablaba de tirarse los tiestos a la cabeza. Yo tendría para entonces unos 10 u 11 años y me enganché a eso del uéuéué y lo de si tú no fueras tan americano yo no sería tan ruso (supongo que sin entender qué significaba). Sin embargo nunca tuve la canción en formato físico y ahí quedó la cosa hasta que años después apareció un disco con una versión de una canción de Paco Ibáñez que siempre sonaba en casa. El lp era el pueblo guapeao y la canción Palabras de Julia.

A partir de ahí me fui enterando de que Veneno era la unión de Kiko con los hermanos Amador, y que ese no era su primer disco juntos, sino que la magia ya apareció diez años antes con un álbum maldito titulado como el propio proyecto. Lo conseguí, lo escuché y, excepto por el hit indiscutible que es los delincuentes, me pareció demasiado extraño y difícil para mí.

Sobre pata Negra no tengo claro cuando les escuché por primera vez, quizás por el consejo de un amigo que no dejaba de repetirme las bondades del Blues de la frontera (más de una vez me decía que en Radio Aljarafe lo tenían como disco de la década de los ochenta) o por verles tocando en una terraza en la película Bajarse al moro. Probablemente antes, porque los managers o patapalo son canciones clavadas desde mi adolescencia, pero no fue hasta unos años después que terminé de entrar en ese universo infinito de arte, inspiración y (sí) locura. Quizás fuera mi reticencia primera a todo lo que oliera a flamenco, quizás mi inmersión en los sonidos anglosajones de Smiths, Housemartins y derivados, pero no terminaba de aceptar que parte del mejor pop español se estaba haciendo, como quien dice, en mi mismo barrio.



Ahora ambos son dos grupos de cabecera. Veneno es un lp que destila arte y anarquía, y toda la discografía de Pata Negra hasta que Raimundo y Rafael se separaron es incontestable, aunque yo me quedo con su época más macarra, la de sus dos primeros discos donde aún estaba todo por pulir y el gitaneo se mezclaba con el rock de forma más salvaje y menos académica. El Blues de la frontera puede ser más perfecto, más medido, más irrefutable, pero el duende, a mi entender, está en Rock Gitano y Veneno, dos discos que huelen a cerdo asándose en una fogata en las vegas mientras la familia Amador baila bulerías alrededor con las guitarras sonando toda la noche. Ya puede ser en el descaro de La muchachita, el humor socarrón de El tardón o Los delincuentes, el arte gitano con mayúsculas de Badajoz o Compañero del alma o la experimentación física y química de No pido mucho, Aparta el corazón de las mangueras y buen parte del disco de la piedra de hachís en la portada, tanto juntos como por separado, los Amador y Kiko Veneno han firmado una parte muy importante (¿la más?) de la música hecha en nuestro país.

Después, con échate un cantecito todo resultó más sencillo porque Kiko así lo quiso. El disco más accesible del sevillano prestao fue superventas en nuestro país y le elevó a un altar que igual no le correspondía según directrices del mercado pero que sí se merecía. No siempre (en realidad muy pocas veces) el éxito suele ir acompañado en nuestro país con la calidad, pero con este disco no cabía duda de que sí era así. Todas sus canciones son éxitos absolutos, juntas reflejan ese universo de superhéroes de barrio que son las calles de Sevilla y, por extensión, de cualquier ciudad de nuestro país. Desde ese Lobo López de mechón blanco hasta el Joselito de voz de oro todo en el disco se describe con una ternura especial, tan especial que es imposible no caer rendido al cantecito de Kiko. Un disco que une el flamenco con el resto del mundo y, especialmente con los sonidos que le llegaban de África, para hacerse universal e irrepetible.

Historias, todas, que se forjaron tan lejos y tan cerca de casa, pero que yo solo he sabido descubrir desde el dial en mi habitación, ajeno a lo que bullía en ese barrio que no se podía pisar por decreto legal y que estaba a solo dos calles de la nuestra.

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