
Joël siempre recurre a enrevesadas metáforas para confundirnos. Sus historias se muestran llenas de recursos que parecen haber sido aprendidos en sus estudios de filosofía y juegan a generar una impresión de doble lectura que nunca sé si es cierta o no. Por eso me cuesta asumir Te voy a pinchar como una actualización del pop más quinqui, Pisciburguer un ejercicio de nostalgia ochentera disfrazado de chiringuito de piscina, Un demonio con piel de cordero la típica letra autodestructiva de quien echa la vista atrás en un camino lleno de baches o Música para adultos esa lúcida asunción del paso del tiempo casi tan certera como el Being boring de Pet Shop Boys. Y en lo musical es igual. Como una feria es funki negro en una canción que habla de ferias y fuegos artificiales, Te voy a pinchar, más Chichos que muchas letras de los Chichos, suena a todo menos a rumba y sin embargo la épica Un demonio con piel de cordero navega alrededor de esos sonidos aflamencados (con más intención de evocar a Azúcar Moreno o a la Remedios Amaya de Luna nueva que a Peret, Amaya o Chunguitos) que a priori le intuíamos al hit navajero. Y así todo el álbum, tan confuso como un tema propio titulado como la composición de Aute, de la que se apropió maravillosamente la diva Massiel, Rosas en el mar.
Pero donde sí ando seguro es en el acierto que intuyo en casi cada paso tomado en la grabación de Disco duro. Igual es cierto que no hay un hit tan inmediato y destructor como Mi fábrica de baile, pero es que no es sencillo hacer la mejor canción nacional del siglo en cada álbum. Y, a pesar de un handicap tan menor como ese, ahí están Rosas en el mar, Pisciburguer, Un demonio con piel de cordero o Música para adultos, auténticas cimas de su discografía que ayudan a decir que, sin duda, Joe Crepúsculo aquí ha vuelto a ser Supercrepus. Manolo Domínguez
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