2010 era un cuarto oscuro, con manchas de humedad y un colchón tirado en una esquina al que se le escapaban un par de muelles justo donde solías colocar las costillas cuando tratabas de dormir. 2010 era triste e introspectivo. Ahora han ido pasando los años y la desolación se ha convertido en rabia. Has abierto las ventanas y has gritado todo eso que te guardabas en las tripas. Después, te has mirado, con la voz afónica y el frío de la calle doliendo en los labios, y has comprendido que solo has cambiado las formas, pero que el dolor es el mismo. El mismo hoy que hace siete años.
Lullavy en 2010 era Saúl Ibáñez y ahora se le han unido (en realidad lo hicieron desde el EP Conjuro en 2014) Guillem Bonet y Ernest Gómez. Y eso ha servido para darme cuenta de que aquellas 4 canciones de su primer single eran solo el principio de un camino, y el sonido crudo y austero, que yo vislumbraba entre Nacho Vegas y Nick Cave, un recurso en una búsqueda que, quiero pensar, ha alcanzado en Ruina su gran objetivo. Porque ahora Lullavy son, deberían ser, justo esa banda a la que llevaban persiguiendo desde que pasaron del singular al plural, y tienen, en lo que significa finalmente el primer álbum del grupo, las pruebas de que algo, mucho, se ha hecho bien desde entonces.
El EP de 2014 ya apuntaba la deriva hardcore de Saúl a partir de encontrarse con dos compañeros más de viaje. Pero, lo que allí eran eso, apuntes, ahora se muestra como algo muy solidificado. Las nueve canciones de Ruina son nueve apisonadoras que pasan por encima de todos los juicios que habíamos hecho hasta entonces. Saúl canta, se desgañita, con más rabia, pero, a la vez, con la contención justa para siempre situarse en el punto exacto desde el que destrozarnos emocionalmente. Y lo que grita tiene la fuerza de quien solo esboza sensaciones entre mensajes aparentemente crípticos. Uno al atender las letras puede llegar a sentirse tenso, incómodo con algo que en realidad no tiene claro qué es. Le están diciendo que algo no va bien sin llegar a explicar el qué. Reflejan el dolor, sus síntomas, sin desvelar la causa.
Yo soy consciente de que Ruina no me hace bien, lo entendí desde la primera escucha. Pero es sencillamente una adicción, la necesidad de abrir de nuevo esas puertas durante unos minutos. Jugar de nuevo con el cuchillo de cortar la carne. Mi carne. Manolo Domínguez
Ruina está aquí.
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