lunes, 16 de noviembre de 2015

león de pelea, veranos eternos (2015) por manolo domínguez

El debut de León de pelea me ha cogido por sorpresa, he abierto un cajón de la habitación de una casa que no es la mía y me he encontrado con las siete cartas que Álvaro le ha escrito a siete instantes distintos de veranos pasados. Siete cartas y una fotografía en sepia de un barco perdiéndose en alta mar con un título, Veranos eternos, y una fecha borrosa en el reverso. Las leo y me quedo con una sensación terrible de melancolía. Melancolía de historias que no me han ocurrido a mí y, lo que es aún más sorprendente, que no logro descifrar excepto en tenues esbozos. Porque las letras de las canciones de estos veranos eternos solo nos dan pequeñas pistas sobre lo que significa cada uno de los momentos que preceden al cierre instrumental del disco. Como con los cuadros de Chagall, donde se invita a imaginar todo lo que se esconde tras sus trazos aparentemente desordenados.

Escucho los 23 minutos del disco y encuentro en cada canción un retrato diferente. Introducciones a una vida entregada a la belleza de un atardecer de agosto. Y la extraña sensación mezcla de tristeza y libertad que se desprende de cada estrofa, apoyada en una instrumentación austera pero hermosa, deudora de la saudade donostiarra, del Satélite 99 de Ana D o los dos maravillosos discos de Marine Girls, que parece pedir permiso para colarse de puntillas en el escenario. Una guitarra desenchufada, un ukelele, un pequeño órgano o un piano de juguete que sirven para adornar lo justo la tímida voz de Álvaro. Detalles mínimos grabados de forma casera que, gracias a ello, suenan más cercanos, más personales, limitando lo accesorio para centrarnos en lo realmente importante. Y nosotros al escuchar estas canciones nos quedamos hipnotizados por la belleza inocente de quien sabe que las verdaderas emociones hay que contarlas al oído, entre susurros que te hagan pensar que van dirigidas solo a ti. O al menos así me siento al escuchar Los veranos eternos, de forma parecida a como hace ya unos años me sentí cuando descubrí la maqueta en pijama de Fred i son y se me quedó el cuerpo con el leve cosquilleo de haber estado casi media hora sin mover un músculo, incapaz de comprender por qué puede afectar tanto algo que parece hecho para uno mismo más que para los demás. Unas cartas escondidas en un cajón de la habitación de una casa que no es la mía, en la que no debería estar, pero en la que, por suerte, me encuentro ahora mismo.

Veranos eternos se escucha en el bandcamp de Moonpalace Records.

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