Como en Yo hice a Roque III, subes al ring y te dan de hostias hasta en el cielo de la boca. Once asaltos en los que, cada respiro es para coger más fuerza. Y la toalla que no termina de caer. Salve discordia es Muhammad Ali contra el campeón de mi barrio. Una paliza sin precedentes. Porque Salve discordia apunta a disco generacional. Cualquier chaval de 20 años debería sentir con este álbum algo parecido a lo que a mí me produjo la primera escucha del Inercia de Lagartija nick. Esa sensación de rabia escupida por los altavoces al máximo volumen que el vecindario me permitía sin que terminaran reprochándoselo a mis padres a su vuelta. Pogo a solas con los sofás del salón y la lámpara de la mesita hecha añicos en el suelo. Algo parecido a ver el vídeo de Smells like teen spirit pero en casa.
Triángulo de amor bizarro llegan a su cuarto álbum mejorando en cada disco, perfeccionando la fórmula para volver a dar, una vez más, con la definitiva. Con Victoria mística ya lo tenían todo. Si acaso solo se podría decir que las canciones de Isa y Rodrigo estaban bastante distanciadas. Las melodías pop de unas contrastaban con la rabia de las otras, mostrando dos caras de una misma moneda que ahora están mucho más cercanas; se complementan a la perfección en una esfera a la que le han desaparecido las fronteras en un trabajo de tal nivel que no permite destacar canciones. Hay que quedarse con el conjunto o con las 11 partes por separado. Ni un segundo intrascendente.
Porque no es fácil decir, tras Victoria mística, que han vuelto a superarse. Pero mis sensaciones son esas. La producción de Carlos Hernández vuelve a mostrarles arrolladores y las composiciones son más atinadas que nunca. Si en Estrellas místicas hacían un himno de pop atronador, ligeramente empañado por su sonido tan Pains, ahora te plantan tres de lo mismo (Barca quemada, Baila sumeria y Nuestro siglo Fnord). Si en ninguno de los discos anteriores faltaba el arrebato industrial, como en Robo tu tiempo, aquí este se anfetaminiza en Como encontró a la diosa. Si antes Isa y Rodrigo hacían cada uno la guerra por su cuenta, ahora aparecen agarrando las mismas cuchillas en Euromaquia. Todo milimétricamente medido para, finalmente, arrasar como quien porta armas de destrucción masiva. Y, después, solo el desierto.
Triángulo de amor bizarro llegan a su cuarto álbum mejorando en cada disco, perfeccionando la fórmula para volver a dar, una vez más, con la definitiva. Con Victoria mística ya lo tenían todo. Si acaso solo se podría decir que las canciones de Isa y Rodrigo estaban bastante distanciadas. Las melodías pop de unas contrastaban con la rabia de las otras, mostrando dos caras de una misma moneda que ahora están mucho más cercanas; se complementan a la perfección en una esfera a la que le han desaparecido las fronteras en un trabajo de tal nivel que no permite destacar canciones. Hay que quedarse con el conjunto o con las 11 partes por separado. Ni un segundo intrascendente.
Porque no es fácil decir, tras Victoria mística, que han vuelto a superarse. Pero mis sensaciones son esas. La producción de Carlos Hernández vuelve a mostrarles arrolladores y las composiciones son más atinadas que nunca. Si en Estrellas místicas hacían un himno de pop atronador, ligeramente empañado por su sonido tan Pains, ahora te plantan tres de lo mismo (Barca quemada, Baila sumeria y Nuestro siglo Fnord). Si en ninguno de los discos anteriores faltaba el arrebato industrial, como en Robo tu tiempo, aquí este se anfetaminiza en Como encontró a la diosa. Si antes Isa y Rodrigo hacían cada uno la guerra por su cuenta, ahora aparecen agarrando las mismas cuchillas en Euromaquia. Todo milimétricamente medido para, finalmente, arrasar como quien porta armas de destrucción masiva. Y, después, solo el desierto.
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