El quinto álbum de The Field, alias del sueco Axel Willner, solo tiene su pasado en contra. Porque The follower son seis temas de techno para dejarte las suelas en la pista, de beats lo suficientemente acelerados para que quedarse sentado parezca una herejía y cargados de loops (como es marca de la casa) tanto vocales como instrumentales, que van sumergiéndonos en una espiral casi infinita (la media de los cortes supera los diez minutos) hasta dejarnos completamente exhaustos. Y esto lo consigue ya desde el primer corte, The Follower, techno oscuro y abrasivo, bien cargado de bajos, para continuar con Pink sun, donde unos susurros convertidos en loop nos van guiando por la senda correcta, hasta sublimarse en Monte verità, el primer tema del disco casi eterno. Una maravilla en diez minutos y medio que nos va engullendo poco a poco, tras una intro de más de tres minutos que, de pronto, nos introduce en un universo de voces, sonidos y chasquidos epifánicos, que nos hace flotar hasta el final a martillo con el que se cierra el corte.
Soft streams, sin embargo, no consigue ni de lejos tal nivel de conjunción y se queda como un interludio demasiado largo que sirve esencialmente para llegar al cierre con los dos últimos cortes. El quinto, Raise the dead, tampoco mejora lo ya recibido y nos recuerda que el problema principal de The follower es que todo esto ya lo ha hecho Axel Willner varias veces desde aquel majestuoso From here we go sublime, y la capacidad de sorpresa es mucho menos de la que lo fue hace 8 años cuando se publicó su debut. Sin embargo, aún queda Reflecting lights, y todo lo que pudieras pensar hasta entonces se desmorona como un polvorón al aplastarse, porque aquí está lo que Kraftwerk deberían estar haciendo en este siglo XXI en vez de explotar la nostalgia porque sí. Un corte más relajado, más de salón, pero lleno de matices que lo convierte en una de las canciones (eso sí, de cartorce minutos) de este 2016. Lo mejor de un disco, irregular, sí, pero que oscila entre lo correcto, lo muy bueno y lo sencillamente imprescindible. Manolo Domínguez
Soft streams, sin embargo, no consigue ni de lejos tal nivel de conjunción y se queda como un interludio demasiado largo que sirve esencialmente para llegar al cierre con los dos últimos cortes. El quinto, Raise the dead, tampoco mejora lo ya recibido y nos recuerda que el problema principal de The follower es que todo esto ya lo ha hecho Axel Willner varias veces desde aquel majestuoso From here we go sublime, y la capacidad de sorpresa es mucho menos de la que lo fue hace 8 años cuando se publicó su debut. Sin embargo, aún queda Reflecting lights, y todo lo que pudieras pensar hasta entonces se desmorona como un polvorón al aplastarse, porque aquí está lo que Kraftwerk deberían estar haciendo en este siglo XXI en vez de explotar la nostalgia porque sí. Un corte más relajado, más de salón, pero lleno de matices que lo convierte en una de las canciones (eso sí, de cartorce minutos) de este 2016. Lo mejor de un disco, irregular, sí, pero que oscila entre lo correcto, lo muy bueno y lo sencillamente imprescindible. Manolo Domínguez
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