martes, 9 de agosto de 2016

prólogo a un especial sobre albert pla

Mis conciertos de Albert Pla por Manolo Domínguez.

Albert Pla pasó por la Expo’92 semanas antes de publicar No solo de rumba vive el hombre. Por entonces no conocía su música y le dejé escapar, pero meses después volvió a la escuela de Arquitectos de Sevilla y allí, en una actuación a reventar de gente, nos vimos la cara por primera vez o, mejor dicho, le vi yo a él mientras su mirada se perdía en el vacío del techo del salón de actos donde, sentado en su sillón orejero, nos iba regalando sus historias de antihéroes de barrio. Por aquel entonces yo solo conocía su disco en castellano y ahí descubrí a algunos personajes como Marcelino arroyo del charco o los protagonistas de veintegenarios, que se pasaban el día al sol sin hacer nada. Personajes que se unían a los ya conocidos de No solo de rumba vive el hombre y que, poco a poco, iban alimentado el universo Pla en mi cabeza.



Nuestro segundo encuentro fue un año después, de nuevo organizado por la Universidad de Sevilla, pero esta vez en la escuela de Ingeniería Técnica, un viernes de marzo por la tarde. Ese día coincidía con la fiesta de la primavera que se celebraba por primer año en los aledaños de Puerta Triana, una de las antiguas entradas de la Expo. Aquello estaba tan desbordado que era imposible llegar hasta las barras montadas por las distintas facultades para pedir una triste cerveza y la gente se vio obligada a buscar algo de beber en las tiendas abiertas por las calles de Triana, también superadas por el gentío popular. Nosotros, después de mucho insistir, solo logrmos algunos bricks de tinto peleón, una bolsa de hielo, un par de botellas de refresco y un paquete de patatas fritas. Nos tomamos todo al sol de la primavera sevillana, que es como el sol de verano de buena parte del resto del país, y el alcohol empezó a hacer efecto poco antes de tener que marchar, entre las protestas del resto del grupo que no entendían que abandonara la fiesta por un concierto del tipo ese, para no perderme la actuación de Pla en la gira de Supone Fonollosa. Desde Cartuja me quedaba un camino de media hora andando, que hice a más de treinta grados a la sombra y, cuando al fin llegué a la escuela de la calle Niebla, solo tuve tiempo de entrar en los servicios, vomitar, refrescarme la cara y sentarme en el incómodo asiento del salón de actos a dormir la actuación.

Por suerte, al día siguiente repetía en el mismo escenario y en esta segunda ocasión ya pude disfrutar mejor de su show en solitario que combinaba (como siempre en él) la música con la escenografía. El suelo estaba lleno de hojas secas y, en una esquina, se encontraba una vieja pletina donde Albert simulaba dar al play a las grabaciones en cinta de las distintas canciones que después acompañaba con su voz y una guitarra eléctrica. Así fueron cayendo unas canciones que poco después se convirtieron en su cuarto disco de estudio, Supone Fonollosa, y que combinan a la perfección con el ideario de cantautor maldito, grosero y de ternura que siempre ha llevado a gala. Un concierto que recuerdo perfectamente y que me hizo amar aún más la obra de uno de los artistas menos clasificables de aquel entonces.

Para el siguiente concierto tuve que esperar casi diez años, y también fue como adaptación del trabajo de un poeta maldito, Pepe Sales, en el espectáculo Canciones de Amor y Droga. De nuevo Albert Pla creando un mundo particular alrededor de la obra que presenta, pero, al contrario que con los anteriores conciertos, con una puesta en escena más forzada y menos lograda. Aquello tenía sus momentos, no todo estaba perdido, pero yo ya no lo viví como en aquella primera vez en la que, vestido solo con harapos, con un corte de pelo a trasquilones, y metido en un papel absolutamente creíble, se me descubrió como uno de los mejores no-cantautores del país. Antes se había publicado su disco de nanas, Anem a llit, que solo disfruté a medias y, entre una cosa y otra, fui descolgándome de alguien que, al menos con sus cuatro primeros álbumes, era uno de mis artistas preferidos.

Entre medias está la anécdota del concierto en un pueblo de la Cataluña profunda, que se encontró Fran por casualidad en el verano que pasó con su familia en Barcelona. Él estaba pasando el día con su hermano en la costa cerca de Girona y, colgado en una pared, medio roto, se encontró un cartel que decía que Albert Pla actuaría esa noche a pocos kilómetros. Como les cogía cerca decidieron ir y, cuando llegaron a taquilla, estaba todo vendido. Con el chasco de la noticia entraron en un bar cercano a tomarse una cerveza antes de volverse y la suerte quiso que allí estuviera también Albert, tomando un sol y sombra (o así me lo imagino yo) y escuchando como su representante le daba la buena nueva del recién conseguido sold out. Entonces Fran se acercó y le contó que era de Sevilla, que estaba de vacaciones y que se había hecho más de 100 km. (para lograr hay que exagerar) para asistir al concierto, pero que se habían encontrado con la sorpresa de que ya no quedaban entradas. El cantante, parco en palabras como ya sabemos, balbuceó algo que parecía confirmarles que esa noche estarían en el concierto. No sin antes pagar religiosamente su entrada, apuntó el manager, que para eso era el encargado de manejar los números. Y así fue. En taquilla estaban poco después sus “invitaciones” y de esta forma lograron asistir al concierto. Al finalizar este,  Fran arrancó uno de los posters e intentó localizar a Albert, al que esperó en la puerta del camerino más de una hora. Le dio las gracias por todo y le contó que yo era muy fan suyo, que me llamaba Manuel (para Fran no soy Manolo, soy Manuel) y que seguro que me haría ilusión tener el cartel firmado. Él, menos sereno de lo deseable, no medió palabra, cogió el bolígrafo, hizo un garabato más ininteligible que su voz en las entrevistas que no le interesan, y desapareció por donde había venido.

Cuando me regalaron el póster me tuvieron que explicar que ese rayón era en realidad su firma, y me contaron toda la historia de aquel concierto al que no fui pero que recuerdo mucho mejor que cientos a los que sí he ido.



Y después está el concierto en Nocturama, en la gira “tenemos un problema” junto al guitarrista Diego Cortés. Aquel fue un concierto de altibajos, pero siempre disfrutable, a pesar de que el personaje mostraba cada vez más síntomas de comerse a la persona. Los tics se repiten y los chistes empiezan a hacerse más que conocidos, pero sigue siendo un artista de carisma y, cuando el repertorio le acompaña, consigue brillar, con luz propia y con la del aparato a lo “Orbital” que llevaba en esa ocasión en la cabeza.

Pensar ahora en si habrá un próximo me resulta bastante perezoso. Hace ya un tiempo que sus discos no son lo mismo y no llevo bien la estandarización en la que ha caído el artista. Por ejemplo, la gira presentado la obra sobre la guerra junto a Fermin Muguruza y Raül Fernández pasó por mi ciudad y, de puro miedo, decidí saltármela. Pero si vuelvo a ver un cartel con su nombre y tiro de nostalgia, no puedo decir que no termine en primera fila, haciendo como que todo me coge de nuevo y que la carta al rey de No solo de rumba vuelve a sorprenderme como la primera vez que la escuché. Y bailando Joaquín el Necio. Ay, qué ladrón.

3 comentarios:

  1. A alguno de esos conciertos he ido yo contigo aunque solo recuerdo bien el primero y el último que mencionas y casi que ya le tenía olvidado pero con este remember tuyo me han venido a la mente los cachitos de jierro y cromo que debió de perder la cinta donde tenía "No solo de rumba..." de tanto oirlo...

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  2. Al de canciones de Amor y droga en el Teatro Alameda también viniste. Pero como el primero, que nos cogió desprevenidos a todos, ninguno.

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