viernes, 12 de agosto de 2016

recordando canciones: november rain, guns'n'roses (1991)

November rain por Amaya Granell:




November rain por Manolo Domínguez:

1992 fue en España el año de los juegos olímpicos de Barcelona, y en Sevilla el de la Expo, el año en el que la ciudad jugó a ser lo que realmente no era, una ciudad de referencia mundial en el ámbito social y cultural. Con motivo de la exposición universal se habló incluso de reunir a The Beatles para una actuación en Cartuja que, o no existió y fue solo un gran bulo o no fraguó. Sí fue sin embargo una realidad la serie de conciertos Guitarras legendarias que en cinco días reunió a B.B.King, Paco de Lucia, Phil manzanera, Roger Waters, Joe Satriani, Steve Vai o Brian May entre muchos otros, y que yo imagino como un tostonazo de dimensiones considerables. O la presencia de Jean Michel Jarre en un espectáculo creado para la ocasión en el lago del recinto de la Expo. Por aquella época yo ya relacionaba su música con lo hortera y pasé de comprar entrada (a precio desproporcionado) o intentar colarme, como parece que hizo mucha gente, ya que el espacio desde el que se desarrollaba era tan amplio que fue imposible de acotar correctamente.

Pero no solo dentro del marco de la Exposición se celebraron conciertos en Sevilla ese año. El estadio Benito Villamarín también fue sede de noches memorables, e incluso del fallido intento de ser una de las fechas del Dangerous Tour de Michael Jackson, que finalmente suspendió, aparentemente por dudas de la organización sobre la seguridad del recinto. Sin embargo, sí que se celebró, un 30 de junio, la gran noche del Rock con Guns’nRoses, Faith No More y Soundgarden y entradas a unas 4.500 pesetas que me alejaron de poder asistir. Yo nunca he sido fan de ninguno de los tres grupos, pero sí tenía curiosidad por formar parte de aquella velada que a buena parte de mis compañeros de facultad les tenía obsesionados. Recuerdo perfectamente como desde casa, al igual que cuando el Betis marcaba algún gol, se escuchaba el murmullo de lo que sucedía a un par de kilómetros. Y si miraba desde la calle observaba el estadio completamente iluminado, como en los mejores partidos del equipo, mientras yo moría de envidia por no formar parte del evento del verano en la ciudad. 

Guns’n’Roses por aquel entonces aún no tenían tan claramente asociado el sambenito de lo hortera. Sus camisetas solo se veían entre los heavies y no en los festivales modernos de electrónica o las estanterías de Inditex, y la imagen de Axl y Slash no daba (tanta) pena como ahora. Acababan de publicar su obra magna, el eterno (por lo largo) Use your illusion I & II, cuyos volúmenes se podían comprar por separado en una de las estrategias de mercado más incomprensibles que he vivido jamás, y habían trascendido el mundo de rock o el heavy más blandengue para llegar a todo el público en general. Sus temas más animados hacían que los más duros vibrasen como Dios manda y sus baladas enternecían al pijerío más estandarizado, el de los snoopys, los polos pasteles y los levi 501 super-remangados. Además, aún no había explotado del todo el grunge, que los empujaría de golpe y sin remisión al fango de lo rancio, y aún eran unas absolutas estrellas. Por eso había que verles, y yo sin embargo me lo estaba perdiendo. Al día siguiente, sorprendentemente la comidilla, más que en la actuación de los cabeza de cartel, estaba en la lluvia de latas y botellas que le cayó a Mike Patton, el cantante de Faith No More, cuando empezó a pedirle a gritos al público que les tiraran latas de cerveza hasta hacerle daño. ¡Más cosas ahora! ¡Más cosas! repitió hasta que todos los espectadores se quedaron sin bebida en las manos y el escenario se convirtió en el suelo de la plaza del Arenal tras el botellón de cien fines de semana sin recoger. Una experiencia que, para la juventud rockera, significó casi más que las propias canciones que interpretaron. Una lluvia de noviembre en la que en vez de chuzos de punta volaron latas de cruzcampo.

Pero lo peor fue cuando empezaron a contarme como durante todo el día, en los alrededores del estadio, en los programas de radio locales, en las sedes de los periódicos y casi en todas las esquinas de todas las calles de la ciudad, se regalaron cientos o incluso miles de entradas para disimular la baja taquilla conseguida. Yo, con toda mi envidia en mi habitación, pensando lo que debería ser poder contar a mis nietos algún día que yo estuve allí, mientras la mitad del aforo había entrado completamente gratis. Menos mal que al año siguiente se pasó Radiohead por la ciudad y de eso sí que puedo presumir por haber estado.

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