Dias más largos que longanizas es el cómic que la editorial Fulgencio Pimentel nos regala para este verano. Una odisea de destrucción y muerte que comienza justo cuando todo (o casi todo) ya ha sucedido. En él, Gabriel Corbera nos lleva en un descenso postapocalíptico hacia las entrañas del ser humano. Nos dibuja un universo decadente donde todo es muerte y soledad y en él sitúa a sus dos protagonistas para que, como en la búsqueda del dorado de la película de Herzog, la locura vaya apareciendo con cuentagotas y se vaya apoderando de los únicos seres vivos que nos encontraremos en la historia. Y solo desde la locura y la soledad se encuentra la verdadera esencia de la mente humana. Esa que se muestra solo con pinceladas, pero lo suficientemente clara para indicarnos que estamos ante una gran obra.
En un primer vistazo, sin profundizar en la narrativa, podemos llegar a la conclusión de que estamos ante un cómic épico, de lucha y acción, de descuidada estética feísta y deudor tanto de las historias de He-Man o Dragones y mazmorras como del manga o incluso la genial grosería de Raymond Pettibone. Pero cuando uno empieza a introducirse en el universo que nos detalla van apareciendo matices que te muestran que nada de lo que tenía preconcebido es cierto. Aquí no hay grandes peleas ni se definen claramente dónde se sitúan los buenos o los malos. Solo hay una huída hacia afuera que, poco a poco, se convierte también en un recorrido interior. Los dos únicos actores de la historia han perdido los prejuicios y se comportan con la libertad que da el saberse no observados. Son ellos mismos para bien o para mal, y saben que tienen que luchar más contra sí mismos que contra el enemigo externo, porque después de la destrucción absoluta ya no queda nada, o casi nada.
Yo he descubierto la obra de Gabriel Corbera gracias a esta novela, no tengo fundamentos para decir que estamos ante su gran trabajo, pero lo impresionado que me ha dejado me hace pensar que debe ser así. Sí he leído que se trata de su primera obra larga. Y en ella nos muestra que se puede escribir desde fuera de las reglas básicas y utilizar los formalismos para deformarlos y construirse un universo tan particular que, más que sorprender, abruma. Pero para saberla disfrutar hay que hacer como él, olvidarse de las reglas y entregarse a ella como si no tuviéramos curriculum vitae, como los niños que ven por segunda vez, ya más adultos, Frankestein y descubren que la película es ahora distinta a la de su primer visionado. Como Frankestein o mejor como Aguirre, la cólera de Dios. Hermosa y cruel. Manolo Domínguez
En un primer vistazo, sin profundizar en la narrativa, podemos llegar a la conclusión de que estamos ante un cómic épico, de lucha y acción, de descuidada estética feísta y deudor tanto de las historias de He-Man o Dragones y mazmorras como del manga o incluso la genial grosería de Raymond Pettibone. Pero cuando uno empieza a introducirse en el universo que nos detalla van apareciendo matices que te muestran que nada de lo que tenía preconcebido es cierto. Aquí no hay grandes peleas ni se definen claramente dónde se sitúan los buenos o los malos. Solo hay una huída hacia afuera que, poco a poco, se convierte también en un recorrido interior. Los dos únicos actores de la historia han perdido los prejuicios y se comportan con la libertad que da el saberse no observados. Son ellos mismos para bien o para mal, y saben que tienen que luchar más contra sí mismos que contra el enemigo externo, porque después de la destrucción absoluta ya no queda nada, o casi nada.
Yo he descubierto la obra de Gabriel Corbera gracias a esta novela, no tengo fundamentos para decir que estamos ante su gran trabajo, pero lo impresionado que me ha dejado me hace pensar que debe ser así. Sí he leído que se trata de su primera obra larga. Y en ella nos muestra que se puede escribir desde fuera de las reglas básicas y utilizar los formalismos para deformarlos y construirse un universo tan particular que, más que sorprender, abruma. Pero para saberla disfrutar hay que hacer como él, olvidarse de las reglas y entregarse a ella como si no tuviéramos curriculum vitae, como los niños que ven por segunda vez, ya más adultos, Frankestein y descubren que la película es ahora distinta a la de su primer visionado. Como Frankestein o mejor como Aguirre, la cólera de Dios. Hermosa y cruel. Manolo Domínguez
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