lunes, 15 de agosto de 2016

especial albert pla: discografía, pt. 1

Ho sento molt (1989) Albert Pla gana en 1988 la cuarta edición del Certamen Nacional de Cantautores, y una de las canciones que interpretó allí, El llegat del pastor, conseguía el premio a la mejor canción. Y lo ganó con una propuesta absolutamente original, rompedora, llena de dobles lecturas y hermosamente descarnada. Su puesta en escena debió suponer, a su escala, algo así como aquel día en el que Bob Dylan cogió una guitarra eléctrica para cambiar el rumbo de la música.

Al siguiente año PDI publica su álbum de debut, el que a día de hoy es mi preferido de toda su discografía. Ho sento molt, el primero de sus lps en catalán, muestra al Pla más poético, el que escupe su ironía con la inocencia de un niño. Un dulce veneno que sabe a gloria y escuece mientras baja por el esófago. Desde esa aparente fragilidad que propone su voz va creando un universo que parece buscar la belleza a partir de un discurso tan efectista como incorrecto. Cantar al amor desde la escatología, criticar el tópico catalanista a través de la figura del hijo torero o encontrar poesía en una violación no es algo fácilmente digerible, que solo funciona si uno se sumerge en su mundo y se empapa de él. Yo lo hice con No solo de rumba vive el hombre, el primer disco suyo que encontré y fui realizando el camino inverso para llegar a esta obra mayúscula donde todo es de una belleza cegadora. La que emerge de su voz al borde del lamento, que se ha convertido en su seña más evidente de identidad.

Aquí s'acaba el que es donava (1990) Solo un año después, quizá con demasiadas prisas, se publica el irregular Aquí s'acaba el que es donava. 8 canciones que no llegan, ni lírica ni musicalmente, al nivel de inspiración de su anterior, especialmente en las cuatro primeras, las que conforman su cara A. Las historias que aquí se relatan tienen bastante menos de rompedoras y el discurso se vuelve algo menos fatuo, si bien su cuatro últimas canciones, donde se busca la belleza de lo nostágico en El quarto dels trastos, se entrega al amor no correspondido en La gran cascada, se retrata a esa descomprometida sociedad del bienestar que se vendió justo antes de las olimpiadas y la Expo del 92 y se cierra con una crítica a la iglesia ejemplificada en el pollón del cura, salvan un disco más que digno pero que nace con el handicap tanto de lo que precedió como de lo que vendría después.

No solo de rumba vive el hombre (1992) No sé exactamente cuál es el motivo por el que Albert Pla abandona el catalán (en alguna revista del momento leí que por el hastío frente a cierta intelligentsia catalana que no terminaba de comprender su forma de escribir, también podría venir motivado por el paso de PDI a BMG Ariola), pero lo cierto es que el cambio de idioma le permitió ampliar las fronteras de su público y "universalizar" su discurso. Aunque nada de eso hubiese ocurrido No solo de rumba vive el hombre no fuera la obra maestra que es. Un disco donde Pla utiliza la rumba para deformarla y deconstruirla a su antojo, gracias, entre otras cosas, al elenco del que se hizo acompañar para la grabación, con músicos de la talla de Carles Benavent, Pi de la Serra, Chicuelo o la producción de Pep Bordas, que logran un sonido brillante y cálido que le viene de perlas a un cantante que cada vez interpreta mejor, con registros más teatrales y efectivos.

Y las canciones, todas magníficas, desde la Carta al rey al Enterrador de cementerios, del Bar de la esquina a Joaquin el necio, del Sol de verano a la dama de la guadaña... Historias de perdedores que se revuelcan en su mierda hasta convertirla en ternura. Historias que, junto a las de esa otra obra mayúscula que es el Cantecito de Kiko Veneno nos regala un 1992 abarrotado de superhéroes (o antihéroes) de barrio para enamorarnos de sus defectos y sus obsesiones. Un disco para toda la vida de un artista en un estado de gracia irrepetible.

Supone Fonollosa (1995) La continuación a No solo de rumba debería haber sido Veintegenarios, pero BMG decidió que La dejo o no la dejo podría inducir a cierta apología del terrorismo y le secuestró el disco a la espera de tomar una decisión. Así que el cantautor, mientras dirimía con el sello, planteó una solución alternativa y acertó de pleno, porque la reivindicación del poeta Josep María Fonollosa no podía venirle más al dedo. Los protagonistas del escritor se hermanaron con pasmosa sencillez con los que ya forman parte de la discografía de Pla y convivieron juntos con la más absoluta normalidad. Y las adaptaciones musicales no podrían ser más acertadas. La voz ya no es tan delicada, o no siempre lo es, y la instrumentación, para la que siguió contando con músicos como Pep Bordás o Carles Benavent, menos cohesionada (hay canciones donde derivan a las rancheras, en otras parecen apuntarse al espíritu grunge del momento y en la versión de Lou Reed mantienen la influencia de la rumba que spiró todo el disco anterior) pero igual de preciosista y eficaz. Tal vez se pierda en parte la magnificencia del disco anterior, pero el acertado protagonismo de las palabras de Fonollosa completan otro disco de sobresaliente, donde Añoro (el único tema con letra y música de Pla en el cd), Devoro, Maldita ciudad o la épica de No quise hacerle daño pone los pelos de punta como cualquiera de Ho sento molt o las mejores de No solo de rumba. De nuevo tenemos a un gran Pla.

Además, para asegurarse el éxito, incluye la aparentemente innecesaria revisión de Walk on the wild side que, a la postre, se convertiría en el tema más comercial de toda su trayectoria y un clásico ya de su carrera.

Manolo Domínguez

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