lunes, 1 de agosto de 2016

the avalanches, wildflower (2016)


Los reyes del cut'n'paste, que revolucionaron el mercado musical hace ya 16 años con aquel maravilloso Since I left you, están de vuelta. Por el camino entre aquél y su continuación, este Wildflower, han perdido a dos de sus integrantes (Darren Seltmann y Dexter Fabay terminaron abandonando el barco) y se les ha unido James De la Cruz, pero han mantenido la esencia de su sonido: Crear un espacio propio a través de cientos de apropiaciones que se van superponiendo para lograr algo tan original que terminas olvidándote del cómo para centrarte en el qué. Porque eso era lo esencial en el debut de los australianos que apareció justo con el cambio de siglo y debe seguir siéndolo ahora. Sí, los samples sobrevuelan a tu alrededor, te cuelan imágenes ajenas en cientos de viajes en tiempo y espacio, pero la unión de todos ellos termina creando un discurso propio que es necesario disfrutarlo en su conjunto, sin innecesarios ejercicios de bisturí, porque si no, sencillamente, te vuelves loco.

Sin embargo, y sobre todo en la primera mitad del álbum, maravillosa, majestuosa, se intuye una obsesión por la obtención del hit propio, ese que se encuentra en Because I'm me, Subways, If I was a folkstar o Colours y se persigue (bajo mi opinión con un resultado un tanto irregular) con el primer adelanto que fue del disco, Frankie Sinatra. Para ello se apoya en las aportaciones vocales de gente como Camp Lo, Danny Brown, Toro Y Moi o Jonathan Donahue, que hacen que saltemos del hip hop old school al pop-folk más contagioso, el sonido Motown o la psicodelía que se hizo inmensa en discos de los primeros 90s como aquel Giant steps. Porque Colours recuerda a los primeros The Boo Radleys, Because I'm me es Soul negro, Frankie Sinatra está en un punto equidistante entre Beastie Boys, De La Soul y el calipso del que toman prestado las bases y la colaboración de Toro y Moi en If I was a folk star sabe a carretera secundaria donde crecen los girasoles y el viento mueve las hojas de los árboles.

Después, The noisy eater vuelve a sacar a relucir ese rap Old School de los 80s, aquí adornado por escenas cinematográficas, y, a partir de la brillante Harmony, que sirve casi de transición, el disco baja revoluciones y se sumerge en un universo de Sunshine-pop más onírico y menos orientado al triunfo inmediato que, si bien carece de tantos momentos para la posteridad (ahí están en cualquier caso Sunshine, Kaleidoscope lovers o Saturday night inside out para cerrar el álbum a lo grande) tiene esa fuerza hipnótica que tienen los sueños, estos de aquí llenos de colores, flores, y referencias campestres que nos llevan a unos 70s tan hippies como creativos.

Wildflower es el resultado de, aparentemente, más de tres lustros de trabajo, pero condensa mucho más aún. Y lo hace con una espectacular homogeneidad. No es un disco disperso como tampoco lo era Since I left you y comparte con él todos sus méritos menos uno, el de la sorpresa. Algo que, igual, hasta podemos intentar pasar por alto. Manolo Domínguez

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