Las playas tienen dos imágenes muy distintas asociadas. Una, la veraniega, que inmediatamente me lleva a las magníficas fotografías de Martin Parr, donde el gentío traslada el bullicio metropolitano a la arena y lo llena todo de ruido, color y saturación para los sentidos. Y otra, la invernal, en la que la soledad de unos paisajes que solo hace unos meses eran un hervidero de humanidad nos permite disfrutar del mar, la arena y los vaivenes del oleaje, sin más distorsión que aquella que la meteorología nos regale al azar. Y de esas dos imágenes, la primera siempre coqueteando con lo kitsch y lo popular y la segunda convertida en metáfora e inspiración, David Cordero se ha quedado con las mareas solitarias del invierno (o de horas en las que aún puede encontrarse él a solas con el mar) para preparar su primer álbum firmado fuera del proyecto Úrsula.
Y el rumor del oleaje es eso, un trabajo de campo que ha tenido distintas fases y escenarios y se ha ido construyendo con calma, esfuerzo e ilusión. Primero en las visitas a las ocho playas protagonistas de este proyecto, en las que David se ha cargado de su grabadora y, con la compañía de Juan A. Romero, ha dejado al azar del momento los ocho puntos de partida de los que consta el álbum, con los diferentes sonidos que las olas han dejado en cada cinta, según el tiempo que hiciera o la intensidad con la que el mar chocaba y se perdía en la arena en cada ubicación. Y después en el estudio, ya con las grabaciones de cada playa en cada día concreto y las fotografías realizadas, que añadían unas coordenadas y unas imágenes, sirviendo de hilo conductor del disco.
A partir ahí es cuando el último David Cordero, convertido ya en el más firme creador de electrónica ambiental de nuestro país, ha ido dando forma a un disco magnífico, que tiene un núcleo inspirador común que sirve de hilván unificador de toda la obra, pero que se diversifica en distintas direcciones, ya sea gracias a un piano evocador de los mejores momentos de artistas como Max Richter, Nils Frahm o, por qué no, del Mertens más melódico, de unos vientos hipnotizadores (para ambos y más ha contado con la colaboración de gente como Nacho García, Gustavo Domínguez, Moisés Alcántara, Marco Serrato, Rafael Femiano y hasta un casi irreconocible Niño de Elche en los últimos instantes del primer corte) o de los ambientes marca de la casa que ya tocaron cielo en el anterior Hasta que la soledad nos separe. Así, cada una de las playas o costas (cuatro de la provincia de Cádiz y otras cuatro de Euskadi) es un tema diferente en el disco, pero todas forman una única obra lineal, sin pausa en los 35 minutos que dura el cd, que te va llevando en un viaje hacia ocho formas diferentes de enfrentarse a la soledad y la inmensidad del océano.
Y algo tan hermoso necesitaba, sin dudarlo, a alguien que lo entendiese, lo amase y lo cuidase como merece. Alguien que David ha encontrado en el sello japonés Home Normal, hogar de otros grandes proyectos de la electrónica menos convencional, que ha editado el disco en un formato digipack, con un precioso libreto con las fotografías y coordenadas de las ubicaciones en las que este se ha inspirado, para que así el oyente pueda acercarse mejor a esta maravilla que es El rumor del oleaje, no sé si la cima de David, pero desde ya tan importante para mí como lo fue su disco anterior, que no deja de acompañarme cuando necesito desaparecer del mundo por unos instantes.
Y el rumor del oleaje es eso, un trabajo de campo que ha tenido distintas fases y escenarios y se ha ido construyendo con calma, esfuerzo e ilusión. Primero en las visitas a las ocho playas protagonistas de este proyecto, en las que David se ha cargado de su grabadora y, con la compañía de Juan A. Romero, ha dejado al azar del momento los ocho puntos de partida de los que consta el álbum, con los diferentes sonidos que las olas han dejado en cada cinta, según el tiempo que hiciera o la intensidad con la que el mar chocaba y se perdía en la arena en cada ubicación. Y después en el estudio, ya con las grabaciones de cada playa en cada día concreto y las fotografías realizadas, que añadían unas coordenadas y unas imágenes, sirviendo de hilo conductor del disco.
A partir ahí es cuando el último David Cordero, convertido ya en el más firme creador de electrónica ambiental de nuestro país, ha ido dando forma a un disco magnífico, que tiene un núcleo inspirador común que sirve de hilván unificador de toda la obra, pero que se diversifica en distintas direcciones, ya sea gracias a un piano evocador de los mejores momentos de artistas como Max Richter, Nils Frahm o, por qué no, del Mertens más melódico, de unos vientos hipnotizadores (para ambos y más ha contado con la colaboración de gente como Nacho García, Gustavo Domínguez, Moisés Alcántara, Marco Serrato, Rafael Femiano y hasta un casi irreconocible Niño de Elche en los últimos instantes del primer corte) o de los ambientes marca de la casa que ya tocaron cielo en el anterior Hasta que la soledad nos separe. Así, cada una de las playas o costas (cuatro de la provincia de Cádiz y otras cuatro de Euskadi) es un tema diferente en el disco, pero todas forman una única obra lineal, sin pausa en los 35 minutos que dura el cd, que te va llevando en un viaje hacia ocho formas diferentes de enfrentarse a la soledad y la inmensidad del océano.
Y algo tan hermoso necesitaba, sin dudarlo, a alguien que lo entendiese, lo amase y lo cuidase como merece. Alguien que David ha encontrado en el sello japonés Home Normal, hogar de otros grandes proyectos de la electrónica menos convencional, que ha editado el disco en un formato digipack, con un precioso libreto con las fotografías y coordenadas de las ubicaciones en las que este se ha inspirado, para que así el oyente pueda acercarse mejor a esta maravilla que es El rumor del oleaje, no sé si la cima de David, pero desde ya tan importante para mí como lo fue su disco anterior, que no deja de acompañarme cuando necesito desaparecer del mundo por unos instantes.
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