El viernes 8 de Enero se publicaba Blackstar y al lunes siguiente nos despertábamos con la noticia de su muerte. Un fallecimiento que llega tras casi dos años de convivencia con el cáncer. Esa es la historia. Hasta ahí todo lo que hay de verdad irrefutable. Una verdad que duele y que no se deja a interpretaciones.
Desde ese lunes 11 de Enero hemos podido leer y escuchar que Blackstar es la herencia que Bowie, consciente de que se trataba de su último álbum, nos ha dejado a (sí, vamos a ponernos dramáticos) la humanidad. Nos han contado cientos de interpretaciones de las letras de sus canciones y de las metáforas y guiños escondidos (y no tan escondidos) en los vídeos de Blackstar y Lazarus. Pero la realidad es que solo estamos (están) interpretando en base a suposiciones. Porque sí, David Bowie era consciente de su enfermedad, e intuimos que de la gravedad de la misma. Sabemos que se lo comentó a Tony Visconti, su productor, y que también le dijo que lo mantuviera en secreto. Eso ya se ha visto en la prensa. Pero colarse en su cerebro para descifrar unas letras (las de todo el disco) tan cargadas de metáforas es ya otra cosa. Está claro que la muerte se convierte en parte del día a día de alguien que vive en las circunstancias en las que Bowie pasó los últimos 18 meses, pero no todo el mundo lo recibe y asume igual. Y yo prefiero no entrar a adivinar en qué pensaba cuando escribía las siete canciones que lo forman. Porque, casi con toda seguridad, me estaría equivocando.
Cuando se presentó su primer adelanto, la pieza de diez minutos Blackstar, ya podíamos intuir que este iba a ser un disco oscuro y denso. En ella hay drum'n'bass, algunos toques de free jazz que en el resto del disco van a tomar todo su protagonismo, blues negro y magia, la que tiene Bowie en su voz y que sublima en las estrofas en las que canta (sobre los cuatro minutos de canción) "Algo ocurrió el día que él murió. El espíritu se elevó un metro y se hizo a un lado. Alguien más tomó su lugar y valientemente exclamó: Soy una estrella negra, soy una estrella negra". Unas frases que se hacen aún más inquietantes con toda la iconografía del clip dirigido por Johan Renck. La imagen del astronauta que yace ya en los huesos, el reverendo encarnado por el propio Bowie (que a mí me recuerda al que aparece en La noche del cazador) o la imagen de Botton Eyes, que también aparece en Lazarus tumbado en una cama. Un cortometraje que solo hace añadir mensajes para que sigamos especulando y reescribiendo la historia.
Lazarus, su segundo avance, es más clásica en el sentido en que lo puede ser una canción de Bowie, también oscura, pero menos experimental. Otro acierto que, sumado a la fuerza que toma en su nueva versión Tis a pity she was a whore (ya incluida en el recopilatorio de 2014, aquí regrabada), gracias al protagonismo que toma la voz, que antes no tenía y que la convierte en el clásico que no llegaba a ser en su versión anterior, apuntan a algo más que un buen disco del último Bowie. La pena es que Girl loves me, a pesar del acierto de estar interpretada en nadsat, y el otro rescate, Sue (or in a season of crime), no mantengan el nivel que se retoma en los dos cortes finales, la emocionante Dollar days, donde Bowie tira de su clásica épica, acompañado de un solo de saxo que, en otra canción que no fuera esta podría ser un gran fiasco y aquí milagrosamente funciona, y los seis minutos finales de I can't give everything away, donde me imagino al Bowie de los ochentas escuchando discos de Robert Wyatt y Bruce Springsteen, y sacando lo mejor de cada uno de ellos para dejar un epílogo que tiene un poco de compendio y, las circunstancias lo han determinado así, despedida.
Blackstar, al final, no puede disociarse del hecho de la muerte de Bowie, y creo que jamás podremos escucharlo sin tener esto presente, pero yo siento que este no es el único, ni el principal argumento para encontrar el disco como un trabajo hermoso, valiente e hipnótico. Una obra que hace que comprendamos un poco más (si eso fuera necesario) la talla de la figura que lo firma.
Desde ese lunes 11 de Enero hemos podido leer y escuchar que Blackstar es la herencia que Bowie, consciente de que se trataba de su último álbum, nos ha dejado a (sí, vamos a ponernos dramáticos) la humanidad. Nos han contado cientos de interpretaciones de las letras de sus canciones y de las metáforas y guiños escondidos (y no tan escondidos) en los vídeos de Blackstar y Lazarus. Pero la realidad es que solo estamos (están) interpretando en base a suposiciones. Porque sí, David Bowie era consciente de su enfermedad, e intuimos que de la gravedad de la misma. Sabemos que se lo comentó a Tony Visconti, su productor, y que también le dijo que lo mantuviera en secreto. Eso ya se ha visto en la prensa. Pero colarse en su cerebro para descifrar unas letras (las de todo el disco) tan cargadas de metáforas es ya otra cosa. Está claro que la muerte se convierte en parte del día a día de alguien que vive en las circunstancias en las que Bowie pasó los últimos 18 meses, pero no todo el mundo lo recibe y asume igual. Y yo prefiero no entrar a adivinar en qué pensaba cuando escribía las siete canciones que lo forman. Porque, casi con toda seguridad, me estaría equivocando.
Cuando se presentó su primer adelanto, la pieza de diez minutos Blackstar, ya podíamos intuir que este iba a ser un disco oscuro y denso. En ella hay drum'n'bass, algunos toques de free jazz que en el resto del disco van a tomar todo su protagonismo, blues negro y magia, la que tiene Bowie en su voz y que sublima en las estrofas en las que canta (sobre los cuatro minutos de canción) "Algo ocurrió el día que él murió. El espíritu se elevó un metro y se hizo a un lado. Alguien más tomó su lugar y valientemente exclamó: Soy una estrella negra, soy una estrella negra". Unas frases que se hacen aún más inquietantes con toda la iconografía del clip dirigido por Johan Renck. La imagen del astronauta que yace ya en los huesos, el reverendo encarnado por el propio Bowie (que a mí me recuerda al que aparece en La noche del cazador) o la imagen de Botton Eyes, que también aparece en Lazarus tumbado en una cama. Un cortometraje que solo hace añadir mensajes para que sigamos especulando y reescribiendo la historia.
Lazarus, su segundo avance, es más clásica en el sentido en que lo puede ser una canción de Bowie, también oscura, pero menos experimental. Otro acierto que, sumado a la fuerza que toma en su nueva versión Tis a pity she was a whore (ya incluida en el recopilatorio de 2014, aquí regrabada), gracias al protagonismo que toma la voz, que antes no tenía y que la convierte en el clásico que no llegaba a ser en su versión anterior, apuntan a algo más que un buen disco del último Bowie. La pena es que Girl loves me, a pesar del acierto de estar interpretada en nadsat, y el otro rescate, Sue (or in a season of crime), no mantengan el nivel que se retoma en los dos cortes finales, la emocionante Dollar days, donde Bowie tira de su clásica épica, acompañado de un solo de saxo que, en otra canción que no fuera esta podría ser un gran fiasco y aquí milagrosamente funciona, y los seis minutos finales de I can't give everything away, donde me imagino al Bowie de los ochentas escuchando discos de Robert Wyatt y Bruce Springsteen, y sacando lo mejor de cada uno de ellos para dejar un epílogo que tiene un poco de compendio y, las circunstancias lo han determinado así, despedida.
Blackstar, al final, no puede disociarse del hecho de la muerte de Bowie, y creo que jamás podremos escucharlo sin tener esto presente, pero yo siento que este no es el único, ni el principal argumento para encontrar el disco como un trabajo hermoso, valiente e hipnótico. Una obra que hace que comprendamos un poco más (si eso fuera necesario) la talla de la figura que lo firma.
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