Hay dos precedentes que ayudan a entender quiénes son The Radio Dept. en 2016. Uno es el 12” de Never follow suit que se publicó posteriormente a Clinging on a scheme, donde se incluía una versión dub del tema principal y avanzaba el interés del dúo sueco por acercarse a ciertos sonidos de club que en el minilp Occupied el año pasado y ahora en este Running out of love se hacen más que evidentes, y el otro es el tema que regalaron en 2014, titulado Death to fascism, donde ya se podía leer el eslogan Smrt Fascizmu, Sloboda Narodu (“Muerte al fascismo, libertad para el pueblo”, utilizado por la resistencia comunista yugoslava tras gritarlo Stjepan Filipovic el día de su ejecución en 1942) que anunciaba un viraje político en el mensaje de las canciones de la banda. Y estos dos referentes, uno musical y el otro social, son la piedra angular del que podría ser el mejor disco que hayan publicado hasta ahora, que traspasa las fronteras de género para convertirse (o al menos merecerlo) en un clásico del pop de este siglo XXI. Porque The Radio Dept. han evolucionado durante estos 13 años a pasos seguros y sin verse afectados por algún tipo de catarsis incomprensible ni renegar las piedras angulares sobre las que se ha sostenido siempre su música (el indiepop más introvertido, que bebe tanto de los Pet Shop Boys más reservados como del Field Mice más melancólico y de cierto carácter lo-fi en su sonido), llegando en 2016 a obtener un sonido tan propio que solo tienen a ellos mismos como referente principal.
Así, Running out of love es justo eso, un álbum que desde la primera escucha se identifica claramente con lo que siempre les ha definido pero al que, a medida que este avanza, le vas encontrando nuevos matices que hasta entonces solo se habían podido intuir. Porque no podemos decir que el grupo haya virado hacia la cultura de club, pero en las canciones de su cuarto lp hay destellos de techno, house o dub de igual forma que aparecían en un clásico como Screamadelica, sumando sin invadir terreno, añadiendo capas translucidas que siempre permiten rascar hasta el fondo melódico que siempre ha tenido el grupo. Así, temas como Occupied, We got game o Teach me to forget son los máximos representantes del presente de la banda, mientras que Commited to the cause, Can’t be guilty o These things was bound to happen son más fieles al pasado, pero con el gran acierto de que en el conjunto del disco casi no notas estas dos vertientes, sino que todo tiene una solidez apabullante, imprescindible para defenderlo como uno de los discos más interesantes del momento.
Pero lo que más sorprende al escucharlo no es ese trabajo tan logrado de acercar el indie pop electrónico de sofá a la electrónica, sino como, sin sostenerse en un sonido panfletario o de exaltación popular, como es habitual en la música más reivindicativa, se puede reflejar tan bien la decadencia en la que ha caído este nuevo liberalismo en materia social. Porque es imposible no extrapolar la crítica de Swedish guns a toda una cultura occidental que es capaz de pensar que la solución a nuestros problemas está en levantar muros, ya sean estos en el mar Mediterráneo o el desierto de México, mientras se tiene la hipocresía de alimentar armamentísticamente a quienes después se les señala como enemigos de las libertades. Y no sentir un escalofrío al comprobar cómo, para tus vecinos, su bienestar pasa por pisotear los más básicos derechos humanos del resto de la población. Por eso Running out of love tiene también, si decides abstraerte del ya clásico hedonismo que rodea al pop, el poder de golpear las conciencias, sin necesidad de caer en lo obvio ni en lo vulgar. Algo que podría no parecer necesario para disfrutarlo pero que le aporta un valor añadido a un disco que ya era grande, muy grande, antes de reparar en ello. Manolo Domínguez
Así, Running out of love es justo eso, un álbum que desde la primera escucha se identifica claramente con lo que siempre les ha definido pero al que, a medida que este avanza, le vas encontrando nuevos matices que hasta entonces solo se habían podido intuir. Porque no podemos decir que el grupo haya virado hacia la cultura de club, pero en las canciones de su cuarto lp hay destellos de techno, house o dub de igual forma que aparecían en un clásico como Screamadelica, sumando sin invadir terreno, añadiendo capas translucidas que siempre permiten rascar hasta el fondo melódico que siempre ha tenido el grupo. Así, temas como Occupied, We got game o Teach me to forget son los máximos representantes del presente de la banda, mientras que Commited to the cause, Can’t be guilty o These things was bound to happen son más fieles al pasado, pero con el gran acierto de que en el conjunto del disco casi no notas estas dos vertientes, sino que todo tiene una solidez apabullante, imprescindible para defenderlo como uno de los discos más interesantes del momento.
Pero lo que más sorprende al escucharlo no es ese trabajo tan logrado de acercar el indie pop electrónico de sofá a la electrónica, sino como, sin sostenerse en un sonido panfletario o de exaltación popular, como es habitual en la música más reivindicativa, se puede reflejar tan bien la decadencia en la que ha caído este nuevo liberalismo en materia social. Porque es imposible no extrapolar la crítica de Swedish guns a toda una cultura occidental que es capaz de pensar que la solución a nuestros problemas está en levantar muros, ya sean estos en el mar Mediterráneo o el desierto de México, mientras se tiene la hipocresía de alimentar armamentísticamente a quienes después se les señala como enemigos de las libertades. Y no sentir un escalofrío al comprobar cómo, para tus vecinos, su bienestar pasa por pisotear los más básicos derechos humanos del resto de la población. Por eso Running out of love tiene también, si decides abstraerte del ya clásico hedonismo que rodea al pop, el poder de golpear las conciencias, sin necesidad de caer en lo obvio ni en lo vulgar. Algo que podría no parecer necesario para disfrutarlo pero que le aporta un valor añadido a un disco que ya era grande, muy grande, antes de reparar en ello. Manolo Domínguez
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