El dibujante Olivier Schrauwen relata en esta novela gráfica, editada en castellano en 3 tomos por la editorial Fulgencio Pimentel (y entregada en una caja que es un pequeño regalo para el coleccionista), la historia del viaje que realizó su abuelo Arsène a las colonias belgas del Congo para ayudar a su primo en la megalómana tarea de levantar su proyecto arquitectónico en medio de la selva. Y, una vez allí, las vicisitudes con las que se irán encontrando le llevarán, entre otras cosas, a descubrir el amor y el sexo, y a acercarse a los límites del miedo, interior y exterior.
La novela parte de esta idea, con un aparentemente claro hilo narrativo que arranca con Arsène subiendo al barco que le llevará a su destino, pero pronto empieza a mostrar que nada va a ser convencional en su lectura, especialmente el discurrir del tiempo, que se difumina entre miedos, sueños, paranoias o estados febriles y que permiten a Oliver ensanchar a su antojo los límites del cómic, tanto en su formalidad gráfica como en lo narrativo. Y es en ese momento cuando se le exige al lector olvidar ciertos convencionalismos y entregarse sin reservas a la propuesta que el autor nos hace. No nos debe importar cuánto hay de verdad en lo que estamos leyendo. No es necesario saber si el consejo que Arsène recibe de un extraño durante su viaje en barco, y que le lleva a la más absoluta paranoia, es o no ficción; si tiene sentido cerrar con cinta aislante cada resquicio que deje la ropa a la infección por unos supuestos gusanos que sobreviven en el agua, pero tampoco es relevante. Para Arsène es algo real y nosotros debemos sentirlo de igual manera. De la misma forma en la que sobrevive su acercamiento al sexo, más idealizado en la figura de la esposa de su primo y más carnal y libidinoso en los seres mutantes que encontrarán en su viaje por la selva.
Todo lo que ocurre en los tres tomos de Arsène Schrauwen es real dentro de ellos, hasta los delirios febriles del protagonista tras enfermar, y es precisamente eso lo que hace que la historia escape de lo convencional y consiga la categoría de obra maestra. Porque Oliver, consciente de que al difuminar esas fronteras obtiene una mayor libertad creativa, se toma unas licencias en lo gráfico que hacen de cada página una nueva experiencia, diferente de la anterior. El uso del color (solo tenemos dos tramas de colores, con resultados visuales que lo acercan a la risografía), la deformación de la línea de lectura habitual (no siempre debemos ir de izquierda a derecha y de arriba abajo, e incluso no siempre vamos a encontrarnos las palabras, a menudo escondidas entre unas y otras viñetas) y los pocos convencionalismos en el dibujo (el detalle a la hora de representar a los personajes varía según nos encontremos en un espacio real, en un sueño, o dependiendo de la importancia de lo dibujado dentro de la historia...) hacen que observar el resultado sea ya una gran experiencia en sí mismo, mucho más aún cuando ves cómo se conjugan todos estos aspectos, dando ese carácter mayúsculo a la novela, inquietante, sorprendente y, sobre todo, fascinante.
Olivier ya había avisado previamente, y en Mowgli en el espejo había explorado ya terrenos cercanos, pero Arsèn Schrauwen es un paso al frente tremendo, que, como mínimo, le sitúa al dibujante entre mis autores preferidos del momento. Manolo Domínguez
La novela parte de esta idea, con un aparentemente claro hilo narrativo que arranca con Arsène subiendo al barco que le llevará a su destino, pero pronto empieza a mostrar que nada va a ser convencional en su lectura, especialmente el discurrir del tiempo, que se difumina entre miedos, sueños, paranoias o estados febriles y que permiten a Oliver ensanchar a su antojo los límites del cómic, tanto en su formalidad gráfica como en lo narrativo. Y es en ese momento cuando se le exige al lector olvidar ciertos convencionalismos y entregarse sin reservas a la propuesta que el autor nos hace. No nos debe importar cuánto hay de verdad en lo que estamos leyendo. No es necesario saber si el consejo que Arsène recibe de un extraño durante su viaje en barco, y que le lleva a la más absoluta paranoia, es o no ficción; si tiene sentido cerrar con cinta aislante cada resquicio que deje la ropa a la infección por unos supuestos gusanos que sobreviven en el agua, pero tampoco es relevante. Para Arsène es algo real y nosotros debemos sentirlo de igual manera. De la misma forma en la que sobrevive su acercamiento al sexo, más idealizado en la figura de la esposa de su primo y más carnal y libidinoso en los seres mutantes que encontrarán en su viaje por la selva.
Todo lo que ocurre en los tres tomos de Arsène Schrauwen es real dentro de ellos, hasta los delirios febriles del protagonista tras enfermar, y es precisamente eso lo que hace que la historia escape de lo convencional y consiga la categoría de obra maestra. Porque Oliver, consciente de que al difuminar esas fronteras obtiene una mayor libertad creativa, se toma unas licencias en lo gráfico que hacen de cada página una nueva experiencia, diferente de la anterior. El uso del color (solo tenemos dos tramas de colores, con resultados visuales que lo acercan a la risografía), la deformación de la línea de lectura habitual (no siempre debemos ir de izquierda a derecha y de arriba abajo, e incluso no siempre vamos a encontrarnos las palabras, a menudo escondidas entre unas y otras viñetas) y los pocos convencionalismos en el dibujo (el detalle a la hora de representar a los personajes varía según nos encontremos en un espacio real, en un sueño, o dependiendo de la importancia de lo dibujado dentro de la historia...) hacen que observar el resultado sea ya una gran experiencia en sí mismo, mucho más aún cuando ves cómo se conjugan todos estos aspectos, dando ese carácter mayúsculo a la novela, inquietante, sorprendente y, sobre todo, fascinante.
Olivier ya había avisado previamente, y en Mowgli en el espejo había explorado ya terrenos cercanos, pero Arsèn Schrauwen es un paso al frente tremendo, que, como mínimo, le sitúa al dibujante entre mis autores preferidos del momento. Manolo Domínguez
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