La primera vez que lo vi estaba hablando con otras personas en la puerta del bar de la esquina. Nada raro, simplemente varios hombres hablando de sus cosas en la puerta de un bar cualquiera. Nada parecía indicar la extrañeza de las siguientes ocasiones.
A los pocos días, estaba sentado en el rellano de una tienda cerrada hace varios meses donde se acumulaban los periódicos del día y las revistas. Una persona normal sentada en un hueco disponible en una calle sin bancos para poder sentarse a descansar un momento. No le di más importancia, no hubo nada en la escena que me llamara la atención especialmente.
Pero una semana después, y esta ya es la tercera, sigue ahí. Sentado, pasando el tiempo sin hacer nada. Simplemente mirando a la gente que pasa. No está a todas horas. No sé que le habrá llevado a estar ahí. Tampoco sé lo que hará el tiempo que no está ahí sentado. Solo sé que cuando está ahí, no hace nada. Solo mira a la gente pasar camino de sus trabajos, de sus casas o del supermercado. Como Quinn, el personaje de Ciudad de cristal de Paul Auster que un día, arrastrado por los recientes acontecimientos de su vida, se instala en un rincón de un callejón y se queda ahí un tiempo, que no se nos especifica, pero que entendemos que es muy largo. Como el Sr.Tokai en Hombres sin mujeres de H. Murakami, que nunca enamorado y sintiéndolo por primera vez, muere de amor (literalmente) por un desengaño. De amor no mueres de repente, te vas dejando morir lentamente hasta que se te va la vida.
Son ejemplos de cómo algo inesperado, algo que te cambia por completo, sacuden tu vida hasta llevarla al otro extremo. Todavía no he llegado a la conclusión que me explique los puntos que une la línea de estas historias, pero todas ellas me vienen a la cabeza cuando empieza Carrrie & Lowell, el séptimo disco de Sufjan Stevens. En sus guitarras acústicas, en la voz de otro planeta de Sufjan, y en las historias que cuenta.
Quizás es que veo a Carrie & Lowell como esa persona que, por un tiempo, se deja ir. Como si estuviera presente pero no en la habitación. En otro lugar.
A los pocos días, estaba sentado en el rellano de una tienda cerrada hace varios meses donde se acumulaban los periódicos del día y las revistas. Una persona normal sentada en un hueco disponible en una calle sin bancos para poder sentarse a descansar un momento. No le di más importancia, no hubo nada en la escena que me llamara la atención especialmente.
Pero una semana después, y esta ya es la tercera, sigue ahí. Sentado, pasando el tiempo sin hacer nada. Simplemente mirando a la gente que pasa. No está a todas horas. No sé que le habrá llevado a estar ahí. Tampoco sé lo que hará el tiempo que no está ahí sentado. Solo sé que cuando está ahí, no hace nada. Solo mira a la gente pasar camino de sus trabajos, de sus casas o del supermercado. Como Quinn, el personaje de Ciudad de cristal de Paul Auster que un día, arrastrado por los recientes acontecimientos de su vida, se instala en un rincón de un callejón y se queda ahí un tiempo, que no se nos especifica, pero que entendemos que es muy largo. Como el Sr.Tokai en Hombres sin mujeres de H. Murakami, que nunca enamorado y sintiéndolo por primera vez, muere de amor (literalmente) por un desengaño. De amor no mueres de repente, te vas dejando morir lentamente hasta que se te va la vida.
Son ejemplos de cómo algo inesperado, algo que te cambia por completo, sacuden tu vida hasta llevarla al otro extremo. Todavía no he llegado a la conclusión que me explique los puntos que une la línea de estas historias, pero todas ellas me vienen a la cabeza cuando empieza Carrrie & Lowell, el séptimo disco de Sufjan Stevens. En sus guitarras acústicas, en la voz de otro planeta de Sufjan, y en las historias que cuenta.
Quizás es que veo a Carrie & Lowell como esa persona que, por un tiempo, se deja ir. Como si estuviera presente pero no en la habitación. En otro lugar.
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