sábado, 25 de abril de 2015

mcenroe, rugen las flores (2015)

Me ocurre que en determinadas ocasiones de mi día a día me pasan cosas que no sé explicar muy bien. Yo las asimilo, las entiendo, pero si me veo en la tesitura de explicárselas a alguien es cuando me quedo en blanco y no sé bien cómo hacerlo.

Cuando he querido escribir algo sobre el nuevo disco de McEnroe me ha pasado lo mismo. En mi cabeza se han amontonado un buen puñado de emociones, de imágenes, de sensaciones, pero me es casi imposible ponerlas en claro.
Tengo el increíble crescendo de El vendaval metido en la cabeza, la cadencia de canciones como La electricidad o Caballos y palmeras o el contundente final de Rugen las flores (la canción) rondando todo el rato, dando vueltas ahí arriba. Están ahí, latiendo callados y haciendo su trabajo de demolición, pero no sé cómo explicar que lo que cuentan las canciones de McEnroe me hace bien.


Lo que sí sé explicar es que el grupo nos entrega otro disco sobresaliente, de los que dejan huella. En el que vuelven a rompernos con sus letras, con el tono nocturno y evocador que desprenden las once canciones de Rugen las flores. Tono que consigue que entres en el disco y no seas capaz de salir indemne. Rugen las flores es un disco en el que su lírica consigue que te sumerjas en él de una manera poco común. 

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